Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

32 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ XX Por la desdeñosa suficiencia con que el exministro, en su Exposición, refiérese al estado en que encontrábase el Perú, pronun– ciando veredicto ex cátedra desde su refugio sobre las agrestes quiebras del Pichincha, cualquiera creería hallarse en presencia de un juez o censor altísimo, nacido en centros superiores y privile– giados, y venido desde ellos a juzgar y condenar nuestro atraso Y nuestra estulticia. No vería en él al demagogo, tránsfuga de la li– bertad y de la democracia, elevado por éstas, dE:sde la humildad de su origen hasta las alturas del poder y de la influencia, y lan– zado hasta aquí por la oleada de la revolución, desde otros pue– blos tanto o más atrasados entonces que aquel en que encaramóse con su corifeo contra la voluntad general, y del que se le expulsó i~nominiosamente, después de soportar largo tiempo, por amor a la causa de la emancipación, sus constantes extralimitaciones y atro– pellos. Cualquiera que recorra, en toda su extensión, los párrafos transcritos, comprenderá, a primera vista, que los vicios e inconve– nientes en que se ocupan, no eran por ese tiempo, privativos del Perú, sino generales en todas las colonias españolas de América. Esa moral .popular, censurable desde el punto de mira del orden civil; esa cultura rudimentaria, congruente con la esclavitud pro– longada hasta 1821; esa escasez de sabios capaces de iluminar a los espíritus emprendedores, provocando extraordinarios inventos, o propendiendo a la perfección de los productos conocidos; esa industria amplia de las necesidades comunes; esa riqueza inmóvil Y estancada en m2.nos de unos pocos, y principalmente beneficiosa para las instituciones parasitarias; ese numerario reducido; esa cir– culación anémica; esa diversidad de clases, aptas sólo para odiar– se Y destruir la cohesión y la unidad nacional; ¿eran acaso privi– legio maldecido de la colectivtildad peruana; o, al contrario, males seculares, contemplados y lamentados por todos en la totalidad de los pueblos vecinos? ¿Por ventura no existían e imperaban en el seno de la metrópoli misma? ¿Cuál de las otras colonias podría afirmar que, en la materia, hallábase en condiciones superiores a las que, en calidad de excepcionales, se echaban en cara a la sociología retrasada del Perú? Prescindiendo de la pintura, ciertamente luminosa, que Mon– teagudo hace de la servidumbre colonial, pintura que, así como resulta perfectamente aplicable a la que acababan de padecer las otras posesiones peninsulares, lo es en general a toda servidum- •

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