Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

M01 ARCOMA IA DEL PROTECTOR 33 bre, del Perú como de Colombia, de las Provincias del Plata como de México de la Polonia como de la Gran China; lo cierto es que el Perú, por dicha suya,, no era la más retrógrada de las dependen· dencias acabadas de emancipar. La distinción y cultura de su so· ciedad, la relativa superioridad de sus centros educativos, su pre· ladón política, su antigüedad y predominio históricos, la inmensi· dad de sus recursos, dábanle lugar preferente entre todas; y, si no estaba en situación de recibir las instituciones democráticas, mal podían, digna y eficazmente, ser éstas adaptables a las demás sec· ciones de la América Latina. Las consideraciones de Monteagudo, recaídas exclusivamente sobre el Perú, resiéntense, por este exclusi· vismo, de falta de concreción y autoridad. Son vagas y genéricas, tesis generales, floreos y disertaciones académicos, en que, a vo· luntad del lector, se puede er la descripción de las servidumbres griega o romana, feudal o moderna, amerücana o europea, orien· tal o de occidente, de ayer, de hoy o de mañana. Y a despecho de los siniestros vaticinios del profeta tucuma· no, no obstante nuestras desigualdades de raza y condición, la na· ción peruana estuvo siempre, en todo caso, exenta de estas dos grandes calamidades en que han fracasado tantos pueblos: la gue· rra de clases y las luchas religiosas. Fuese por la bondad genial de su pueblo; fuese por la suave presión que sobre él ejercitaron los nú· deos superiores; fuese por el constante desarrollo de la riqueza y del bienestar comunes; fuese, en fin, por el ensanche de las ga– rantías liberales, de las posibilidades de trabajo y de las facilida– des de mejoramiento personal; ello es que nunca se suscitaron cho· ques netamente producidos por antagonismos étnicos o por odios de casta. Y, aun suponiéndolos probables o posibles ¿era lícito argüir y sostener, como remedio para tal situación, la supervivencia del mal mismo que se debía extirpor? ¿No es un contrasentido ex· poner que la falta de igualdad y la ausencia de derechos mante– nían una guerra sorda o latente entre los diversos elementos cons– titutivos del Estado; y luego sustentar la adopción de la forma constitucional más susceptible de perpetuar inconveniencias tan peligrosas como graves? Si no es concebible la monarquía, a no ser por la superposición perdurable y violenta de unas clases a otras ¿cómo explicar su adopción para paliativo o eliminación de los privilegios e injusticias coloniales? ¿No es absurdo la contra– dicción resultante de tal modo de discurrir y de juzgar? Pues, por eso, porque la opresión era un hecho, y el odio y la disgregación social habrían de ser, como se supone que ya eran, sus consecuen-

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