Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
34 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ cías ineludibles, ¿no era lo racional, lo justo, lo conveniente) ins· taurar un régimen de gobierno por medio del cual, abiertas las válvulas del mecanismo político, se diese respiro y satisfacción a las pasiones de los oprimidos y a los anhelós de los desheredados? Si la libertad, tal como es y como debe ser~ no puede darse en su plenitud a quienes han vivido en pleno ambiente de servidumbre ¿deberá por eso la servidumbre vencer y perdurar? Libertad in– completa es servidumbre todavía; y, si por continuar ésta, no es dable gozar de aquélla ¿se querrá que los puel:; los no penetren jamás en la desahogada atmósfera de la amplia y verdadera liber– tad? Nadie aprende ni puede aprender a ser libre, sino siéndolo; porque_nadie es libre antes de serlo; y, si para aprender a nadar hay que echarse al agua, para ser un pueblo lihre ha de empezar por exigir su libertad, totalmente, y no a pausas; caerá, gemirá, pero se levantará al fin; corregirá por sí mismo sus extralimita– ciones, comprenderá sus yerros, y resurgirá cada vez más dueño de sí mismo, de su destino, de su bien, de su felicidad . Negar a un pueblo la posesión de sí propio por falta de inmediata aptitud para gobernarse, es como negar la salud del enfermo, porque to– davía no está sano; principio grotesco, tan funesto como írrito; delito de lesa dignidad humana; delito y disparate . En semejante forma, la libertad no surge nunca, precisamente por la ridícula razón de no haber antes surgido; y este sofisma monstruoso es, para denigrar al Perú, el caballo de batalla de Monteagudo, que, por supuesto, tenía frescas, abiertas, sangrando todavía las llagas que en su orgullo produjera su expulsión, reclamada a gritos por el pueblo y el ayuntamiento de Lima, contra el ministro capri– choso y cruel, contra el político apóstata, contra el consejero si– niestro y execrable. A~í como "los hombres que piensan (el expositor entre ellos), cometen frecuentes errores hasta que la experiencia rectifica su juicio"; así los pueblos libres, para serlo efectivamente, hallan en la propia experiencia el principio de su mejoramiento y apoteosis final. Las primeras convulsiones anárquicas del Perú no fueron obra del Perú mismo; fuéronlo, ante todo, de San Martín, por el abandono que hizo de este pueblo, antes de haberlo ayudado -de– cimos mal- después de haberle impedido organizarse libremen– te, y libremente restituirse; y fueron, después, labor jesuítica, abo– minable de Bolívar, para expandir su gloria, monopolizar toda fi– guración histórica en la emancipación del pueblo de los Incas, y, en fin, imponerle a éste e imponer a los otros su odiosa monocra– cia. Ellos solos los responsables: su mal ejemplo suscitó lo demás.
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