Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
MONARCOMANIA DEL PROTECTOR 35 Dejemos a un lado la verdad bien conocida, y por eso perogru– llesca, de que "los ricos compran a los miserables", a pesar de haber muchos miserables ricos; de donde Monteagudo concluye arbitra– riamente que los pobres no pueden ser libres, ni podría serlo el Perú, plagado de pobres; doctrina aristocrática pura, que da en la extravagancia de decir que la democracia sólo arraiga donde hay número suficie~te de personas independientes o acaudaladas. Despreciemos, en fin, aquel juicio original que condena a nulidad absoluta nuestra riqueza por fincarse esencialmente en propieda– des raíces; como si las primordiales riquezas no fuesen la agrí– cola y la inmobiliaria, únicas persistentes, eternas, independiente– mente, superiormente a todo signo circulatorio o representación monetaria; y recordemos sólo que esa riqueza tildada de nula, nu– la como raíz o inmueble, fue no obstante buena, eficaz y preciosa para premiar anticipadamente servicios problemáticos; para enri– quecer a los jefes extranjeros del Ejército Libertador y a los pro~ tegidos del régimen, Monteagudo entre ellos. Así, el dinero del Perú sirvió para comprar, no por cierto l~ sumisión y el aplauso de esos miserables, que, no obstante de serlo, impusieron la ex– patriación del ministro en comicio solemne desde la plaza públi– .::a; sino la tolerancia, el silencio y la inacción de los conmilitones que conspiraban contra el Protector. Y si algo maltrató la riqueza peruana, si algo dio al traste con ella, desmedrándola en los pri– meros respiros de su hibertad, estrangulándola para mucho tiempo, fueron la diabólica política y el ensañamiento feroz del mentor protectora! contra los españoles, que constituían el exponente de tal riqueza, y que, al irse a ocultarse, llevando o inhumando sus caudales, abandonando sus fundos , minas y demás industrias, de– jaron, en la vida y en las energías de la nueva república, vacío igual, anemia y desfallecimiento parecidos, a los que la madre España experimentó, durante siglos, con la inconsulta expulsión de aga– renos y judíos. Y era el propio autor de aquel gravísimo daño quien, al descargar vanamente el peso que ahogaba su conciencia de hombre público, inculpaba al Perú la pobreza económica que le había dejado por gaje, para pregonar ante el mundo, en disquisi– ciones aparentemente científicas, pero inpiradas por la pasión y el resentimiento, la incapacidad de su pm;blo para gobernarse por sí mismo; la conveniencia de imponerle una monarquía y un rey, ya encargados a la vieja y autocrática Europa; y la imposibilidad de instaurar en su seno, noble, benévolo y fecundo, las ideas y las institucio,.qes democráticas. . . ¡Errores del despecho, caprichos de la vanidad, desahogos del odio y de la venganza!
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