Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

LOS DIAS DE SETIEMBRE 519 gra, potente, la entidad única, capaz de oponer resistenci~ a la emancipación que se buscaba; aplazar, y aplazar siempre su con– secución; dejar vivo, palpitante, el peligro representado por el Vi– rrey y sus divisiones, si peligrosas separadas, más peligrosas unjdas? No es cierto que las tropas de Canterac fuesen superiores, ni que las de San M?.rtín fuesen insuficientes. No hay que pensar en la superioridad del número: los realis– tas eran 3.500; los independientes, 7.000, sin contar a 3.000 gue– rrilleros. En cuanto a la disciplina, ya dijimos que, descontando, si fuere preciso, todo el ejército del Perú, habría siempre que con– siderar aptos para la lucha, como fuerza veterana y aguerrida, a 4.118 soldados del Ejército Unido argentino-chileno, acostumbra– dos a toCla clase de penalidades, como ' lo demostró el paso de los Andes; disciplinados de antigua data (desde 1816); y vencedores en las memorables acciones de Chacabuco y Maipu; número siem– pre superior, en más de seiscientas unidades al que constituía las filas de Canterac, que, si adiestradas también, no h3bían hasta esos momentos mostrado su potencia bélica en jornadas parecidas a las que consumaron la emancipación de Chile. Número por número, calidad por calidad, las huestes del Protector resultaban, de todas maneras _. mayores que las realistas; y . no hubo razón plausible para eludir un choque, que, dentro de las previsiones y cálculos humanos. ofrecía las mayores probabilidades de éxito feliz. Tan evidente fue esa superioridad, tan palmaria a ojos del propio general en jefe, que éste, poco después, no tuvo reparo para desprenderse de número apreciable de esas huestes, para enviarlas a tierra ecuatoriana en apoyo de Sucre. Tales fuerzas, que repre– sentaban un 35 % del total, dieron el triunfo en Pichincha; y no produjeron, con su ausencia, temor alguno de quebranto en el ánimo de quien las alejó del Perú; ni despertaron en su general la menor sospecha de peligro, ante la integridad creciente de las fuerzas españolas. Si, faltando aquellas tropas, creyóse a las res– tantes suficientes para afrontar cualesqfiiera ataques del adversa– rio ¿cómo, con ellas presentes, se podía temer un encuentro y eludirlo? Se ha dicho que, caso de perder una batalla a la~ puertas de Lima, habría quedado definitivamente perdida la independencia del Perú. Ello no es exacto. La posesión de la capital no era, en primer lugar, condición sine qua non de cualquier triunfo; y bien lo demostraba el abandono que de aquélla acababa de hacer el régimen virreinal, como lo demostró más tarde ese mismo aban– dono de parte de Bolívar. En segundo lugar, vencida la totalidad

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