Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
528 GERMAN LEGUIA Y MARTJNEZ los cuales se· advirtió que operasen a retaguardia de las fuerzas de línea, por razones que nadie, ni el mismo Miller, pudo explicarse satisfactoriamente. El valeroso inglés, emprendió marcha, y ya le acompañaremos. Por el momento, sigamos a Las Heras (18). X Desazonado con la orden que acababa de recibir, tardó éste ocho horas en contestar (desde las nueve de la mañana hasta casi las cinco de la tarde); pero hízolo al cabo, sin formular las obser– vaciones convenientes, diciendo que practicaría lo mandado, al si– guiente día (19). El 21, a las siete, trasladóse con su tropa a Cha– cra-cerro, adonde llegó al mediodía. La infantería acampó allí has– ta el 22. La caballería acantonó en los potreros de Punchauca. La artillería recibió orden de continuar de frente hasta la capital, en demanda de su cuartel. Las Heras se instaló en la hacienda de (18) . Según Miller - loe. cit. - "a su división no se le permitió seguir hasta las nueve de la mañana del 20''; y a propósito añade, como para explí– car y paliar el éxito final desfavorable de su acción: "Durante este largo Y al parecer inadvertido alto de diez horas, las tropas de Miller no recibieron ningún suministro, y se las dejó marchar sin llevar raciones consigo''. Res– pecto a las guerrillas, dice en la pag. siguiente (327): "A los montoneros los habían mandado extrañamente a retaguardia desde Macas", o sea a tres le– guas de Caballero. (19) Así lo expone terminantemente Mariátegui, que tuvo ocasión de saber todo lo entonces ocurriido, en el Ministerio de la Guerra, aunque no hemos visto el aserto confirmado en documento alguno. "San Martín, dice, dispuso que Las Heras, con las compañías de preferencia del Ejército, salie– se en persecución de los que se retiraban. Fue tan oportuna esta medida, que, antes de pasar la cordillera, ya el ejército invasor estuvo en cuadros, Y Las Heras tomaba dispersos, cansados y pasados. Era tanto el apuro de los ene– migos, que no tenían tiempo de asesinar a todos los cansados, como s,iempre lo habían hecho y era su costumbre. Confió Las Heras en que concluiría la campaña, y que sacaría inmensas ventajas con sólo picar la retaguardia al enemigo; y, cuando se le ordenó contramarchar, represento el estado vic– torioso .en que se encontraba, el abatido y triste de los enemigos, las espe– ranzas de aniquilar a Canterac, y de llegar a Jauja junto con los oficiales es– pañoles, y esperó que se le dejase continuar su marcha triunfal. La respuesta estuvo reducida a exigir que regresase del punto en que se hallaba, lo que obedeció con repugnancia, porque conocía que no se presentaría otra vez una oportunidad mejor para dar un golpe de muerte a los enemigos. Entre la ofi– cialidad y tropa tenían los más las mismas ideas y las mismas esperanzas. El descontento fue general".- Anotaciones, cits, pags. 84 y 85.- Quizás si el largo tiempo de ocho horas, trascurrido desde la recepción del oficio pro– tectora! hasta su respuesta, se empleó en enviar las observaciones y en re– cibir el rechazo de éstas, así como la orden reiterada de volver.
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