Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
SEGUNDA RETIRADA DE CANTERAC 531 de la tarde, dirigió a San Martín el mentado general en jefe, des– de la hacienda de Caballero, donde aquel día encontrábase el grue– so del ejército. Y esa nota dice: "Acabo de recibir la comunicación de V. E. fecha de hoy (a las nueve de la mañana) , en que se sirve ordenarme me retire con el Ejército a esa capital. Mañana (el 21) daré cumplimiento a la orden de V. E., pasando a situarme a la Chacra de Cerro, ~ de allí, pasado mañana, a esa ciudad, a donde V. E. disponga". El documento (trascrito tan sólo en la parte pertinente) no da lugar a la más pequeña duda. Dedúcese de él que Mitre y Miller, para defender al Protector del Perú no han vacilado en dañar a su apreciable subalterno; que, al hacerlo, practican acto injusto y condenable y que, si es posible que Las Heras y otros jefes de– sistieran gozosos de la persecución (contra lo que de aquél cuenta Mariátegui), ese Protector, encariñado con el gobierno, presa de loca pasión por la Campusano, e interesado, por motivos tales, en la prolongación de la guerra, no resulta exento de la amarga imputación que el segundo de esos escritores formula contra to– dos o la mayor parte de los capitanes independientes, cuando después de repetir que "el general Las Heras atacó al enemigo", se expresa así: "Muchos de los jefes parecían menos ansiosos de continuar las hostilidades, que de gozar de las diversiones y pla– ceres en Lima, donde tanto oficiales como soldados habían sido perfectamente recibidos, y donde ya cada uno había contraído amistades y relaciones que deseaban renovar". Basta. Volvamos en pos de quien estas cosas escribe y asevera. XII Refieren sus Memorias que, designado por el general en jefe (desde el 19 en la noche) para seguir y picar la retaguardia de Canterac, con una división ligera de setecientos infantes, ciento veinticinco caballos y quinientos montoneros, no se le permitió sa– lir hasta las nueve de la mañana del 20''. Y agrega que, "durante este largo y al parecer inadvertido alto de diez horas (desde las once de la noche del 19, en que se expidió la orden), las tropas de Miller no recibieron ningún suministro, y se las dejó marchar sin llevar raciones". Cierto o no el hecho, no era aquel racionamiento lo que la división necesitaba, como se verá después. Era previsión, actiyi– dad, resolución acertada y prudente .
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