Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

SEGUNDA RETIRADA DE CANTERAC 547 El pueblo peruano -víctima única de los caprichosos yerros en que intencionadamente incurrían sus directores exóticos-, mal podía aprobar los primeros, y antes bien murmuraba con razón de los segundos, retirándoles la estimación y la confianza que al principio consagrárales, engañado por sus planes y promesas. Bien comprendía los daños que habrían de traerle los empecina– mientos y contemporizaciones de los advenedizos, ganosos de per– petuar su influencia, su poder y su presión sobre la nacionalidad que decían haber venido a libertar; y, como af'rma Mariátegui, testigo de excepción presentado al juicio de la posteridad por la generación asistente al drama histórico desenvuelto en 1821, "co– nocieron los peruanos que San Martín y sus cc~i.sejeros querían que el ejército español subsistiese; creyeron que era un plan pro– rrogar la guerra; y tal creencia se hizo general" ante los episodios ocurridos en los memorables días de setiembre. "El mal, exclama aquel autor; el mal estuvo en qµerer monarquizar el país; por eso no se acabó con el ejército que se retiraba; por eso prolongábase la guerra; por eso se trataba ae que hubiese pretextos para ello'' (51). XXVI Hubieron, por lo mismo, de parecer en extremo presuntuosas ~ ridículas, las proclamas q~e, sugeridas y redactadas por Montea– gudol lanzó San Martín al público el 22 y el 28, esto es, el día de la entrada de Las Heras tras el inútil paseo de Mirones a Caballe– ro; y aquel en que Miller, compungido y descalabrado por la so– frenada de Huamantanga, desandaba el camino de Marcapomaco– cha, Puruchuco y Macas, hasta Lima. La primera de esas proclamas (la del 22) dirigida al Ejército Libertador, decía: "¡Soldados! -El 8 de setiembre del año 20 desembarcasteis a cuarenta leguas de esta capital. Un ejército seis veces superior en número a vosotros, y un 'vasto territorio cuya opinión estaba en– tonces subyugada por la fuerza, presentaban una barrera, al pare– Ger insuperable, a vuestro valor. Sin embargo, al pisar la tierra del Perú, vosotros penetrasteis vuestro destino, y, calculando la ex– tensión de vuestro coraje y de vuestra constancia, concebisteis es– peranzas que se lisonjearon desde entonces. Acordaos que, en aquel día, el ardor que inflamaba vuestros pechos no os dejaba sentir el de un clima nuevo para vosotros. Todos pronunciasteis unáni- (51) Anotaciones cits., págs . 82, 83 y 87, passim.

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