Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

SEGUNDA RETIRADA DE CANTERAC 549 zaba a ensayar sus energías en la senda de la libertad, de la dig– nidad nacional y del deber. Pero útil hubiera sido omitir la redac– ción y publicación del primero. Nadie, mejor que el Ejército Li– bertador, había palpado la inexplicable inercia de su general en jefe; la triste concurrencia de las filas a la impüne serie de mo– vimientos y provocaciones consumadas por la pericia y audacia del brigadier español; y la vergüenza de consentir que un ejército contrario, que no alcanzaba a la mitad de las fuerzas comandadas por el libertador de Chile, viniese y amenazase a b capital, pasase y repasase a las puertas de ella, se presentase en su puerto, y vol– viese, a vista y paciencia de siete mil espectadores y testigos ar– mados, a tramontar los Andes por tercera vez y a reforzar al virrey enemigo, reincoroorándose al núcleo de sus huestes. Canterac y Valdés, García Camba y Loriga, Monet y Carratalá, que acababan de sobar las barbas al general independiente, y regodearse militarmen– te a sabor en su presencia, reirían a caquinos al .leer la proclama del 22, en que se les hacía desempeñar el papel de w·ncidos, a ellos, que no sólo habían practicado cuanto querían, y paseádose con la misma libertad y desembarazo que si no hubieran tenido enemi– go alguno al frente, sino infligido a sus perseguidores, primero, la desalada corrida de San Lorenzo a Tambo-Inga; y después, la rota desastrosa de Huamantanga, que no halló sosiego sino en Macas. Mentira colosal o presunción loca, por decir lo menos, ha– bían inspirado ciertas frases de la proclama al Ejército, que eran una insolencia y un insulto, profer~das en el rostro de todo un pueblo, al que sin duda se juzgaba tan tonto como estúpido, tan ignorante de hechos que él mismo había presenciado, cuanto in– capaz de medir su mérito y circunstancias, su gravedad y conse– cuencias. ¿Acaso la fuerza colosal del enemigo no existía? ¿No se había, por ventura, escurrido, íntegra, potente y hasta vencedora, de las manos del Protector? ¿No había llegado a sus acantona– mientos de la sierra? ¿No estaba en ellos descansada, tranquila y ufana, reponiéndose y reforzándose para volver? ¿No se veía vi– va, palpitante, la amenaza? ¿No se palpaba el peligro? La aprehen– sión del Callao y la ocupación de Lima ¿eran acaso el triunfo? Me ros episodios d e l todo incruento el segundo, casi incruento el primero ¿por qué habían de ser monumentos de gloria, para el ejército libertador? ¿Acaso hizo éste algún esfuerzo en pos de la emancipación del norte del Perú, para que el pronu,nciamiento de éste constituyera otro glorioso monumento suyo? Cierto que en todo hubo d e influir, poderosa, primordialmente, la presen– cia d e los auxilia res; pero ¿qué esfuerzo, qué privación, penali-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx