Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

550 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ dad ni sacrificio, exigió de éstos? Era gratuito, tratándose de San Martín, hablar del anhelo de encontrar al enemigo; cuando bus– c(:ldo por éste, desde Jauja hasta Lima, y desde Lima hasta el Callao, fue el general argentino quien manifestó no desear en– cuentro algtino. Después de todo lo anterior, palmariamente des– mentido por los hechos, y hechos notorios, resultaba clamorosa la ridícula balandronada de haber sido los españoles vencidos con sola la presencia de los patriotas, que hasta entonces no habían practicado cosa apreciable para gozar meritoriamente de la gra– titud púbUca. Perdonen los sanmartinistas recalcitrantes; perdonen esos bue– nos seres, agradecidos y mansos, que aceptan a fardo cerrado cua– lesquiera grandezas históricas. Quizá se nos acuse de duros, de in– gratos, de ~acrílegos; pero, en presencia de actos indudables, de yerros irreparables, de daños evidentes, como los causados al Perú en la época y por los hombres a que nos referimos, creemos de nuestro deber, como historiadores rectos e imparciales, como peruanos y como patriotas, decir toda la verdad, fuere cual sea la tempestad de censuras condenatorias, de aspavientos teatinos, que conciten nuestra rigidez y nuestra franqueza. Es preciso hablar así, para traer las cosas a su lugar, y reducir a su justa medida, a su legítima intensidad, la gratitud conventual, ciega y cerrada, que por servicios exagerados se quiere hacernos excequible. Gratitud, y mu– cha debemos a nuestros próceres pero no en el límite que se pre– tende, ni con esa abyecta pusilanimidad, con esa ausencia de jui– cio y de crítica que, por convención ignara o cobarde, fue hasta hoy obligación nuestra, reconocida por quienes se niegan a la labor de pensar y encuentran duro o peligroso discutir. La verdad ha de im– ponerse y brillar sobre todo: lo malo ha de condenarse, aun en la vida y en el recuerdo de los grandes hombres que nos prece– dieron y nos sirvieron, bregaron y se sacrificaron por nuestro bien: su grandeza no ha menester, para ser lo que debe, y lo que realmente ha sido, debilidades, pretericiones y eufemismos: para admirarlos, para a.marlos, para inspirarnos, para aprender en su ejemplo, no necesitamos de ocultar sus defectos, saltar sobre sus yerros, pregonar por virtudes y acciones heroicas, sus renuncios o sus vicios: no porque sepamos y lamentemos que el sol ofrezca manchas, dejaremos de admirarlo, estimarlo y desearlo como fuen– te de calor, foco de la luz, padre del día! No hay razón para que nos mostremos menos imparciales Y justos, más condescendientes, impasibles o fríos, que los propios colegas y compatriotas del Protector. Sabemos que, pasados los

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