Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
ESP~OLES E INDEPENDIENTES 555 III Todo pasó tranquilamente hasta el 6, fecha en que se anunc10 la salida de los. expedicionari_os para el día _sigufente. Cargaron éstos a prima noche doscientas mulas, con todas las medicinas que pudieron conseguir, con dinero abundante, cantidad aprecia– ble de pertrechos, y gran número de hartas de plomo y de hierro, destinadas a la fabricación de mayor suma de municiones y ar– mas de guerra. Partió la carga, apenas lista, con la escolta necesaria y sufi– ciente; mientras el grueso de los cuerpos españoles dormía a pierna suelta en su cuartel de Yauricocha (uno de los dos cerros en que se asienta la ciudad). Tales cuerpos y su comandante, que descansaba también en una casa próxima, acompañé!do de algunos de sus oficiales, esperaban tranquilos la del alba para ensillar y salir. De súbito (a eso de las tres y media de la madrugada) des– pertaron todos sobresaltados, al estallido de no pocas armas de fuego, cuyos proyectiles estrellábanse contra los alojamientos de los españole?, y a la estentórea vocería de multitud de indios, que habían intindado las calles, las plazas y los techos de la soñolien– ta y silenciosa Paseo. ¿Qué era lo que había pasado? Sabida por Otero la nueva de que el 7 se marcharían los adver– sarios, despidió en el acto emisarios secretos a todas las aldeas próximas, incitándolas a alzarse en son de guerra; y citáridolas para aglomerarse a su manera en las proximidades de la pobla– ción. Púsose luego en marcha a ésta, y coronando las cercanas al– turas acampó en ellas reservadamente hacia la tarde del 6. Allí recibió y distribuyó las indiadas concurrentes a la cita, sobre las diversas salidas del poblado; bajó de las alturas~ y, avanzada la noche, cuando todo estaba presto, penetró en la forma que se acaba de exponer, y o~üpó dondequiera la ciudad. Formaban su vanguardia los ochenta y cuatro hombres de Millc~n y Pringles, en tre los cuale.s había muchos reclutas; seguían ciento cincuenta infantes, milicianos o montoneros de la partida de Otero, que de– iaron sus cabalgaduras a la entrada (2); y proseguían a retaguar– dia cinco 'mil inaios que luego se derramaron, entre ensordecedores gritos, armados de hondas, palos y rejones , por todos los puntos adyacentes al alojamiento de los adversarios. El pueblo, conmovido por la novedad; y repleto de otro lado, e indignaao de las extorsiones (2) García Camba dice, exageradamente, que eran trescientos.
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