Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
556 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ de Loriga y de los suyos, dejó inmediatamente sus hogares y, prestan– do la ayuda posible a los invasores contribuyó eficaz y ruidosa– mente a la batahola que venía. El pánico de los asaltados, su confusión y desgreño fueron enor– mes. Las tinieblas, la algarabía, las armas de fuego que estallaban, las piedras arrojadizas que llovían, produjeron espantoso efecto; y las tropas sin hacer caso de los toques de alarma y las órdenes de los jefes, comenzaron a escalar muros para dispersarse. Llegó por ventur'a: Loriga, no sin haber sido acometido en el trayecto de su ca– sa al cuartel, trayecto en que fueron muertos dos de sus mejores oficiales; y, con b excitación natural de tales momentos, a voces, con reflexiones, ruegos y amenazas, logró al fin poner algún orden en las tropas; llamarlas a la obediencia; atraer a los tímidos, que, por otra parte, palpando los peligros de la huída por entre las nubes de indios que ocupaban y obstruían todos los puntos de es– cape, hubieron de tornar a su núcleo; y, en masa compacta, favo– recido por las tinieblas y el desorden, haciendo fuego nutrido, re– chazando y barriendo las muchedumbres más atrevidas y próxi– mas, consiguió dejar el cuartel, en que corría riesgo inminente de ser asediado, con éxito fatal; y ganó al fin el atrio de la iglesia así como las casas y los techos circundantes, donde pudo man– tenerse a la :.defensiva en el resto de la noche, hasta el amanecer. IV Clareó el 7 de diciembre, y pudo, a su naciente luz, darse cuen– ta del número y la calidad de sus contendientes; examinar sus po– siciones con ojo certero, medir a primera vista lo exiguo de sus elementos y lo in0fensivo de sus muchedumbres; circunstancias, todas, que, en clara y rápida arenga, puso al alcance y a la apre– ciación de sus conmilitones; y, sereno, confiado, resuelto, formuló orden perentoria d.e cargar. Quizá si en su orgullosa fantasía goda vibró, como un relámpago, el cárdeno recuerdo de la carnicería de Cajamarca y, buen español, creyóse otro Pizano. Resonó el si– niestro toque de "ataque v degüello", rasgando los aires enrareci– dos de la serranía y devuelto fatídicamente por las quiebras Y cuestas argentíferas del famoso asiento mineral; y, a la par que los infantes del Imperial Alejandro despedían verdadera lluvia de fue– go, los dos escuadrones de Húsares de Fernando VII, con su co– mandante Gabriel Pérez a la cabeza, blandiendo el sable sangrien– to y brillador, disparábanse como un alud sobre las masas indíge– nas cuasi inermes.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx