Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

ESP~OLES E INDEPENDIENTES 561 sierra, a fin de evitar sorpresas; y, al contrario, procurar a los indios morochucos, sublevados en la zona que hoy ocupan las provinci~s de Fajardo, La Mar y Cangallo; toda la protección que, por su valor, tenacidad y patriotismo, merecían y habían me– nester (8 de setiembre). El sustituto de Miller, formado en el ejemplo de actividad de su glorioso jefe, no tardó en cumplir las instrucciónes de éste; y, ya ascendido a comandante por San Martín, desprendió gue– rri!las competentes a Huamanga, para ofrecer núcleo y centro a los adictos que quisieren agregarse; proteger a quienes se dirigie– ren fugitivos a los pueblos de la costa; hostilizar a los enemigos en las inmediaciones de su cuartel general; hacer reconocimientos etc. (12). Con esas descubiertas realizó otro objeto: el de partici– par a los valerosos morochucos v demás muchedumbres indígenas soliviantadas. en la región, la bajada de Canterac; e infundir en su ánimo la certeza; que en realidad todos abrigaban, de la próxima destrucción del brigadier hispano y _de sus fuerzas, por el nume– roso Ejército Unido. Tan halagüeña comunícación, y el anuncio que en ella se envolvía, no eran un ardid de guerra, encaminado a en– gañar a los rebeldes indios y a sostenerlos en su actitud, expo– niéndolos al peligro y sacrificándolos por un prurito de inútil o desapoderada resistencia: era una convicción encendida y palpi– tante en el ánimo del jefe mendocino, hombre de pocas palabras, de seriedad y prudencia notorias, bizarro y noble a la vez ( 13); convicción nacida, en el suyo como en todos los espíritus, de los antecedentes del generalísimo v de las necesidades de la situación; que ya hemos visto imperar en .el ejército mismo, puesto al frente de Canterac; y que frustrada por los hechos, dio al traste, en ese ejército, con el prestigio del Protector. VIII La cruzada armada que así se llevaba a las j a leas y serranías orientales, obtuvo consecuencias favorables y rapidisimas. La lejanía de Canterac con lo más granado y temible del ejército r ealista, y la pequeñez y cuasi impotencia de los restos que habían quedado (12) Mendiburu t. VIII, pág. 302, op. cit., arte. Vellido. (13) ''El capitán Videla era hombre de pocas palabras, pero las pocas que hablaba siempre a propósito y juiciosas. Su serenidad y dulce compostu r a in– fundían en todos gran confianza: ningún oficial sabía sus obligaciones m ejor que él; circunstancia que su tropa conocía perfectamente, al mismo t iempo que la amabilidad de sus maneras lo hacía popular entr e todos". Mille r , Me· morías, t. I, pág. 286.

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