Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
PLAN DE MONARQUIZACION 75 ra después. Fácil sería engatusar a esa nación de cuyos destinos se trataba, con publicaciones oportunas, previa la ruidosa y pro– ficua emisión de opiniones autorizadas, que se explanarían a su tiempo. La opinión general era lo de menos; sobre todo, hechas ya las cosas, en la forma sigilosa y fatal que se proyectab;:i, el Perú tendría gue agachar humñ.ldemente la cerviz ante el peso abruma– dor de los hechos consumados; y, caso de protestar o resistirse, ~e le haría calJar y obedecer, con aquella elocuencia y esa persua– ción inimitables, invencibles, que en su propia virtud lleva la fuer– za. Para eso estaba allí un ejército auxiliar, disciplinado y podew roso, que cautelaría, sin réplica ni resistencia positivas, los altos intereses de la nueva nación "soberana, libre e independiente". IJI Ni es, esta última, aseverac1on antojadiza nuestra. Piezas hay que la ratifican sin lugar a duda. Véase, si no, el siguiente oficio que, en 2 de abril de 1822, dirigió Monteagudo al Consejo de Es– tado: "No obstante, dice, de lo insinuado a V.E. en mi anterior nota sobre los puntos que deben comprender las instrucciones que lleven los Sres. García y Paroissien, encargados de levantar el em– préstito en Londres, S.E. el Protector me ha encargado diga a V.E. que el Excmo. Consejo no eche en olvido, como punto esencial, el autorizarlos para que soliciten, de una de las casas reinantes, un príncipe de aptitud y prepotencia que rija los destinos del Perú; pues está altamente penetrado que el gobierno conducente a su fe– licidad, es el monárquico constitucional; sistema que S.E. sostendrá, en caso necesario, con toda su fuerza física y moral". La declaración no podía ser más perentoria y aplastante; mo– narquía, de grado o por fuerza; la quería irrevocablemente nues– tro protector; ante tal conminatoria, es de suponer 1ª absoluta independencia con que, sobre tan delicado y espinoso punto, deli– berarían los instrumentos y hechuras del Consejo de Estado. IV Prueoa terminantemente la nota transcrita, no sólo que San Martín se constituyó en fautor principal y directo de la presunta mo_ narquía, sino que se sintió completamente inclinado a implantar– la, si fuera preciso, por la violencia. ¿Se dirá que Monteagudo se avanzó hasta el extremo de tomar su nombre para dar más inme-
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