Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

76 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ diata y absoluta eficacia a la coacción ejercida sobre el cuerpo consultivo a quien se echaoa encima la carga de concebir y re– oactar las instrucciones que sobre la materia debían expedirse a los comisionados? No es siquiera presumible. San Martín hallá– base a la sazón en Lima; había vuelto, de su primer viaje frustra– do a Guayaquil, el 3 de marzo; y no tornó a salir, en pos de la entrevista proyectada con Bolívar, hasta el 14 de julio; era, en consecuencia, imposible, por grandes que fuesen la confianza que con él tuviera o el influjo que en su ánimo ejerciera Monteagu– do, que el audaz ministro se atreviera a cumplir un encargo su– puesto, o a formular una recomendación no efectivamente orde– nada por su jefe. Pero hay,, a mayor abundamiento, documentos interesantes que echan por tierra tal bipótesis; y, al contrario, corroboran la personal responsabilidad del Protector. Uno de ellos -el más concluyente- es la carta que este último dirigiera a su rnlega O'Higgins a principios de diciembre y a la cual ya nos he– mos referido alguna vez: "Al fin -exclama- y por si acaso, o bien dejo de existir o bien debo dejar este empleo, he resuelto man– dar a García del Río y a Paroissien, a negociar, no sólo la inde– pencf,encia del Perú, sino también dejar puestas las bases del go– bierno que debe regirlo. Marcharán a Inglaterra, y desde allí, se– gún el aspecto que tomen los negocios, procederán a la Península. A su paso ,le instruirán a Ud. verbalmente de mis deseos; si ellos convienn con los suyos y con los intereses de Chile, podrían ir diputados por ese Estado, que, unidos con los de éste, harían mu– cho mayor peso en la balanza política e influirían mucho más en la felicidad de ambos Estados. Estoy persuadido que mis miras serán de su aprobación, convencido de la imposibilidad de erigir estos países en repúblicas. Al fin, yo no deseo otra cosa, sino que el establecimiento del gobierno que se forme sea análogo a las circunstancias del día, evitando por este medio los horrores de la anarquía" ( 2). Ante estas confidencias, vertidas en una comunicación priva– da, personal e íntima, toda duda se elimina; y, por más desme– d ida que hubiese sido la buena fe de estos monarquizadores, por más puras que se supongan las intenciones de su espíritu, la his– toria, que, como la justicia, falla sobre los hechos y sus efectos, s.in dar más que cierto valor relativo a los impulsos morales que los han determinado y dirig.ido, condena en forma decisiva, como renegados de su misión y de su obra, al Protector del Perú y a su malaventurado ministro. (2) Mitre, op. cit., t . I II, pág. 243 .

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx