Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

PLAN DE MONARQUIZACION 81 acta, decimos, constituye el cuerpo del delito de lesa soberanía co– metido contra el Perú, de lesas libertad1 y democracia personal~ mente perpetradas ante la historia por el Protector y sus minis– tros, con la complicidad de un clérigo y un magistrado débiles, y la de cuatro contados nobles sin olfato ni noción del ambiente en que respiraban, y,. más que todo, sin el menor ascendiente po– lítico. Y ese delito, y el acta que le dio cuerpo, fueron, en el instan– te preciso de su consumación, condenables y aun condenados irre– vocablemente por el .propio concepto de sus perpetradores, ya que é~tos, en el acto, percatáronse de hundirlos en la oscuridad, de sepultarlos en el misterio, de retraerlos a las miradas de las gen– tes, con esa ansiedad escrupulosa, con ese minucioso cuidado, con aquel exquisito esmero que el malvado pone en la casi siempre jnútil tarea de desvanecer las huellas de su crimen. ¿Cuál fue la for– ma en que estampóse esa acta céleore? ¿Acaso en la caligráfica inte– ligible, descubierta de los instrumentos oficiales? Pues, al contra– rio, en la más inusitada, en las más inconcebible; en la reservada para las conjuraciones sangrientas, para los golpes aleves, para los estallidos subterráneos; en forma con que jamás diose asiento a documento alguno de esa especie; en la .forma de clave siniestra, en la de enrevesada cifra, de esa que mata la luz del pensamiento, es– trangulándolo palabra por palabra, letra por letra. ¿Y por qué? ¿Y para qué? ¿No se decía en todos los tonos,. no se aseveraba enfáticamente, que el Perú era genuina, soofol e históricamente monarquista? ¿No se creía, no se pretendía no se esperaba hacer– le un positivo bien?. Pues entonces,. ¿para qué esa grave ritualidad, y, a la vez, pueril o delictuosa nimiedad en la reserva? Sólo el mal busca las sombras; el bien, como el sol, se exhibe impávido en la plenitud del día. Era que los fautores de la monarquización, aunque fingieran estimar, o sinceramente estimaran, haber abrazado el rr.ejor partido, estaban en la evidencia de que no se resignaría a apoyarlos la opinión pública; procedían, pues, tanto más arbitraria e indignamente, cuanto más convencidos se nos muestran, por sus propios actos, de que la imposición de las formas antídemocráti– c:t~ habría de efectuarse sólo por una extralimitación de su usur– pado poderío, o por una sangrienta ostentación de su .transitoria fuerza. IX Bien está que miren estos incidentes con jobina impasibilidad y hasta con sonriente beneplácito, los escritores de fuera, muy es-

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