Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
82 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ pecialmente los argentinos, locamente apasionados de la grandeza e impecabilidad de su héroe, en cuya alma y cuyos hechos escru– tan y catean la veta escondida de la gloria, ramificada en estrecha urdimbre de inagotables virtudes. Pero los que pertenecemos a este hato de ilotas o o de parias que se quiso obsequiar a cual– quiera testa coronable de Europa, como una serie de entes inútiles, como una hereaad de aldehuelas despreciables o una redada de cá.laveras incorregibles, incapaces, por eso, de gobernarse, mal po– demos reprimir el natural ímpetu de repudiar en alto estas cosas, como que nos atañen más de cerca. Y, para que se vea que el sanmartinismo al uso es puro am– biente de convención, estabilizado por la ignorancia de nuestra historia; o por su olvido, que, como voluntario, es falta mayor; o por las consideraciones de una amistad internacional que apenas si nos ha tributado buenas palabras o fraternales consejos; o, en fin, por las timideces y contemplaciones de una. gratitud pudi– bunda y femenil; apelemos a los contemporáneos del Protector, a los testigos o coactores de estos sucesos; y veamos como, con más independencia, franqueza y dignidad que lo$ pósteros, supie– ron juzgar y fallar acerca de su gravedad, responsabilidad y con– secuencias. Echemos a un lado a Pruvonena, para quien San Mar– tín quiso a sí mismo coronarse rey, aunque ese empecinado de– tractor parezca basarse en incidentes que dejaron presumirlo y de que trataremos después; y acudamos a Mariátegui, el patriota, el insospechable, el integérrimo; a ese que, por lo fogoso de sus co– mentarios y lo rígido de sus juicios, alguien ha calificado de ma– gister irritabilis y tildado de intolerancia senil (4). Pues Mariátegui dice: "De todos los pa.9os que San Martín dio, desde que desembarcó en Pisco, el más falso, el que más lo desa~ creditó entre los patriotas, y el que más lo despopularizó, fue el nombramiento de dos enviados a Europa, para que, en las cortes, que tanto_ odiaban la independencia, y que la habrían s 1 ofocado si hubiesen podido, mendigasen un monarca que no necesitábamoslo. Si convenía al Perú la monarquía ¿por qué no se hizo monarca él, o uno de los suyos? Pero pedir de rodillas que uno que no conocía la América; que detestaba a los americanos, porque se habían rebelado contra. la España; que odiaba los principios pro– clamados- era, no sólo un paso falso, sino una necedad. Malo ha– bría sido lo primero; detestable fue lo segundo. Examinemos qué era San Martín, qué su Consejo de Estado, para vendernos a un (4) Riva-Agüero, op. cit., pág. 474.
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