Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

SAN MARTIN EN BUENOS AIRES Y MENDOZA 7 III Nada engrandece más repentinamente a los hombres, que el éxito inesperado de ideas y planes rudamente combatidos y des– deñosamente repudiados, por el vulgo presuntuoso de las gentes, como concepciones de una enferma fantasía. La revolución argentina, originar iamente expansiva y en todos los tiempos abnegada, había, durante seis años, bregado contra la potencia del régimen colonial, con Balcarce, Castelli y Díaz Vé– lez, con Belgrano y Rondeau, sobre la desgarrada mesa alto-perua– na; estrellándose contra los níveos fastigios del Sorata y del Illi– mani; y caído de bruces ante las misteriosas ruinas de Tiahuanaco, hundida la frente soñadora en los totorales fangosos del Titicaca. San Mar tín, enviado a reincidir en aquel reguero de muerte, había, ante él, detenídose como el león experimentado, prudente y paternal, que economiza, en el ensayo predatorio, la sangre y el vigor de sus cachorros; y, tendiendo la aquilina mirada sobre el horizonte, concibió la rectificación conveniente en la errónea ruta de la redención suramericana, enderezándola, ya no sobre el sep– tentrión, sino sobre el occidente ... La emulación o la envidia, la duda y la desconfianza, el egoís– mo y la ambición, y cuantas otras pasiones asedian y martirizan el pecho de los geniales innovadores -predestinados, con todo, a las preferencias de la nombr adía y de la gloria- cerráronle el paso primero, y obstaculizaron su acción después, hasta que pudo, en su desgarrado y fatigoso camino, tropezar al cabo con otra al– ma tan noble~ vidente y levantada como la suya, capaz de com– prender y de medir la potencia, la altitud y el alcance de sus pre– visiones . Y a esa alma, que fue la de Guido, alióse en seguida la férrea y providente de Pueyrredón. Empujado por ambas, dispa· róse, como el proyectil o la flecha, sobre sus lejanos obj etivos. Dos batallas campales, ganadas rndiantemente tras un vuelo colosal, se– mejante tan sólo al que Aníbal y Napoleón batieran sobre los Al– pes, acababan, con ímpetu y relampagueo desesperantes para sus rivales y enemigos, de exaltar la figura del triunfador a las sidéreas alturas de la fama y de la historia. Y -como lo exponía la gaceta oficial extraordinaria de Buenos Aires de 11 de marzo de 1817, al notificar a su pueblo el suceso enloquecedor de Chacabuco- ese el que ha tenido la gloria de merecerlo; pero, si el ilustre vencedor de MaL pú rehúsa los aplausos de la gratitud pública, tócale a ella obligarle a que no deje de aceptarlos''.- Apud Calvo, Anales cits ., vol. IV, págs. 176 y 177.

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