Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

SAN MARTIN EN BUENOS AIRES Y MENDOZA 11 luz lo que, hasta entonces ni Castelli, ni Belgrano 11 ni Rondeau, pudieron, con tanto ahínco, con tanta sangre y tanto sacrificio, lograr hacia el norte por la senda del Alto Perú; esto es, extender, intensificar e imponer victoriosamente, fuera de los límites del territorio colonial, la revolución argentina, que así colmaba sus ímpetus y ansias altruistas de expansión, cristalizada en una inter– vención armada potente, redentora, de pronto, de un pueblo inca– paz por sí solo de emanciparse y constituirse. Y el fautor admi– rado de la gran empresa desoído, menospreciado, arrinconado tan– to tiempo, después de templar los nervios poderosos en ese rincón oscuro a que, con beneplácito de sus émulos, habíase relegado él mismo, acababa de demostrar.. con hechos ruidosos y elocuentes, cuán exactos eran sus cálculos y cuán acerfaaas sus previsiones. Moralmente, el redentor novísimo era, además,, una figura histó– rica comparable y equiparable con aquellas delineadas por la plu– ma de Plutarco. Modesto y hasta humilde, noble y desinteresado, atento a su exclusiva misión y exento de toda liga extraña; sin am– bkión, sin avaricia, sin soberbia, sin vicio alguno posible de bas– tardear la albura virgínea de su carrera libertadora, su persona– lidad, si severa y rígida, crecía ya no sólo en la esfera de la admi– ración, sino en la del cariño y la simpatía universales. Su mismo ingreso a deshoras, esquivo y como temeroso del aplauso y del ruido, envolvíale en nimbo peculiar, extraño, personalísimo, ja– más encendido sobre las sienes de otros grandes capitanes. Era el momento del héroe, y a la verdad que supo aprovecharlo. VI Pensando sin duda en la impresionable índole de las turbas, que, como los niños, han menester el acicate de las cosas tangi– bles; sin arrepentirse de la formª en que acaba de ganar las calles capitalinas, préstase en seguida a la teatral ovación que la alteza de su copartícipe en méritos y en gloria, el Director Supremo, quie– re empeñosamente tributarle. Sin pensarlo ni aguardarlo, en San José de Flores ha sobrellevado ya ese estruendoso saludo que con · sus andanadas de artillería, despedidas por ocho piezas de grueso calibre, hiciérale la guarnición de aquel puesto avanzado, al poner San Martín el pie en sus cercanías, que eran las de Buenos Aires. Ya, en el propio punto, ha recibido asimismo el homenaje de pre-

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