Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

546 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ vos de las haciendas, al presentarse como patriotas, mostraron, co– mo pasaporte o comprobante de adhesión a la causa de la Patria, alguna de las innumerables proclamas que San Martín había he– cho desparramar en el Perú; proclamas que aquellas pobres gen– tes conservaban ocultas con Iéi mayor cautela, como un talismán sagrado, envue'itas en retazos de género o entre papeles" (1). 111 Prueba ésta de que las capas sociales más humildes o más des– graciadas (ya no sólo dentro, sino fuera de la capital, foco prima– rio de la cultura y de la civilización del Perú), estaban, como las clases ilustradas, decididas por la independencia. Pudiera no ser aquella inclinación una idea clara y distinta de lo que significaban esa libertad prometida, esa autonomía ensalzada y esa democra– cia cuyo nombre y ventajas algunos oían mencionar por prime– ra vez. El estado tenebroso de la colonia, calculadamente sumida en la ignorancia y mantenida en ese aislamiento, mal podía consen– tir noción alguna notoria, vulgarizada y vivaz en la materia. Pero sí estaba generalizado, ya que no el concepto, por lo menos el sen– timiento de la libertad, explicable y explicado, en sencillos y vul– gares términos, como la "expulsión de los tiránicos godos, usu– fructuarios únicos de los tesoros coloniales, arrancados en forma de tributos y contribuciones intolerables"; el "entronizamiento de la igualdad, con desaparición de los privilegios de cuna y san– gre"; y "el manejo, dirección y administración de los negocios pú– blicos por los propios hijos del suelo, que suplantarían a toda esa caterva de peninsulares intrusos, desde soldados hasta virreyes". Las ideas no mueven a los pueblos, sino las pasiones. Aquéllas, para lidiar y vencer, extirpando instituciones inveteradas, necesitan trasladar su lumbre del cerebro de los grandes caudillos al cora– zón de las multitudes; y hacerse, en ese corazón, deseo vago prime– ro, fuego recóndito en seguida, anhelo palmario, franco, abrasador y potente por fin. Aun basta el elemento sensitivo, por sí solo, pa– ra que esas multitudes se disparen arrolladoras, en pos de un ideal que, impreciso y todo, signifique para ellas un mejoramiento. Ello basta para una revolución. Y tal era lo que er.tonces bastaba en el Perú. (1) Espejo, Apuntes históricos cits., t. XIV de la "Revista de Buenos Ai· res", pág. 367.

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