Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

84 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ Pero, ¡oh asombro! En vez de dispararse hacia los atacantes y batirlos, Santa Cruz se desprende de su tropa; da unos diez pasos al frente; envaina la espada; hace a los adversarios la señal de de– tenerse; bate palmas en alto, para manifestar que está desarmado y que no puede ofenderlos; se aproxima un poco más y - ¿"Quiere Ud., dice en elevada voz, envainar su espada, señor oficial, y hablar cuatro palabras con este su servidor"? - No tengo inconveniente, contesta Suárez, señor comandante, para hacerlo". Los granaderos patriotas se detienen; Suárez envaina su espada, y avanza a su vez, batiendo también las manos como su interlocutor; acércanse uno y otro; y Santa Cruz entabla con el teniente destacado el diálogo si– guiente: "-¿Quién es el jefe superior de la fuerza de su mando?".– "El señor comandante don Juan Lavalle".-"Donde está? Deseo ha– blar con él".-"Viene a retaguardia, con el grueso de la caballería enviada en pos de Ud."-"Pues sírvase Ud. participarle mi presencia y detención en este punto; y pídale, en nombre mío, una entrevista, antes de proceder a cualquier hostilidad, innecesaria en este mo– mento".-"Se hará como solicita Ud.". Instantes después, un sargento parte veloz, con el aviso de su– ceso tan inimaginado, al alcance de su jefe. VI Don Andrés Santa Cruz era hijo legítimo del coronel realista don Juan de Santa Cruz y Villavicencio - caballero de la orden de Santiago, corregidor del pueblo de Puquina y su jurisdicción, y ex– gobernador de Moxos y Chiquitos - y de la acaudalada señora doña María Basilia Calahumna, india de pura sangre y descendiente, por línea directa, de los caciques de Huarina. Había nacido en la ciudad de La Paz en 1785, y, en consecuen– cia, al producirse el incidente de que aquí se trata, contaba treinti– cinco años. Educado en el Cuzco, en el colegio de San Bernardo, famoso a la sazón, poseía cultura, si incompleta y limitada, como las secun– darias de la época, suficiente para desempeñar el importante papel a que llamábale el destino, y en él dar, como dió siempre, muestras inequívocas de clara y penetrante visión, a la par que de amplio y levantado pensamiento. Era ya un joven completamente formado, cuando, impulsado por los consejos o excitado por el ejemplo y los recuerdos de su pa– dre, decidió consagrarse a la carrera de las armas, en la cual entró hacia 1810, de veinticinco años de edad.

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