Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
236 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ por dos oficiales, también hermanos de apellido Castro (limeños como los dos anteriores), hasta el momento en que, denunciados o descubiertos, hubieron, todos los cuatro, de huir, ocultarse y trasla– darse a las filas de la Patria (3). En la artillería hacía propaganda igual el oficial limeño José Concha; en el batallón Arequipa (de Ramón Redil), el sargento José A. Portocarrero, hermano de Juan de la Cruz; entre los milicianos, el oficial don Juan Francisco de Izcue; en el Granaderos de Reserva, el arequipeño Gregario Escobedo, y los cuzqueños Hilario Alvarez y Antonio Farfán, a quienes ya veremos promoviendo y consumando la independencia de Guayaquil; en el ba– tallón Cast:o (chileno, como compuesto de chilotes), los oficiales González y Corvalán, cuyas propuestas de defección total fueron, des– graciadamente, desatendidas por San Martín, según ya veremos; en el Numancia, Bias Cerdeña, Tomás Heres y gran número de oficiales, como León Febres Cordero, Nicolás Lucena (conquistado por una patriota limeña, que era su novia), Carlos María Ortega (ganado por Riva-Agüero), Alcina, Alzuru~ Allende, Campos, Debanza, Gon– zález, Guash, Izquierdo, La Madrid, etc.; en el Infante don Carlos, el nobilísimo Suárez Valdés (José María); y, en fin, en la propia Escolta de a caballo o guardia palatina de Pezuela, nuestro cono– cido, el soldado José Madrigal, batidor del enunciado cuerpo (4). III Si en el campamento agreste y aislado de Asnapuquio fué im– posible impedir la espeluznante deshecha de que aquí se trata, con mayor razón hubo ésta de hacerse intensa e ineluctable en la ciudad misma, en donde, por las necesidades del servicio, por las circunstancias angustiosas de los tiempos, por la vigilancia y guar– da del orden, y por el temor de nuevas probables conjuraciones, anunciadas siempre, fue indispensable que quedasen, como que– daron, apreciables huestes. "No puedo contar - exclamaba Pezuela - en comunicación (3) Mariátegui, op. cit., pág. 17; y Herrera, id. pág. 256.- FeHpe Pardo y Aliaga, en un hermoso artículo publicado por el Mercurio Peruano de LL ma el 7 de marzo de 1829 (número 466), llamó a La Rosa y Taramona los Pilades y Orestes de la revolución: "En el teatro, dice, en los toros, en el bai. le, en el paseo en el campo de batalla, eran inseparables estos jóvenes".– Ya los veremos batirse heroicamente en Torata y sucumbir en !quique, puer– to en donde, ''sus cuerpos, que las olas arrojaron a la playa, fueron, por los habitantes, sepultados en la misma tumba". (4) V . lo dicho, respecto a todos estos auxUares, en las páginas respecti– vas de la presente obra.
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