Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
276 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ comd la captura de la "Esmeralda" (5 de noviembre), la defec– ción del Numancia (3 de diciembre) y la derrota del Cerro (6 de diciembre), amén de algunas otras deserciones y desventajas par– ciales, abatieron el ánimo de los realistas de tal modo, que, re– agravando el desencanto y encendida la prevención contra el vi– rrey, a quien se echaba la culpa de todo lo ocurrido, sin exceptuar las subsecuentes rebeliones de Lambayeque, Trujillo, Piura, Ca– j amarca y los demás partidos del norte, ya no se hizo aguardar un estallido contra el mal traído funcionario. Todo, desde enton– ces, fué desconfianza contra las tropas, a las que se vigiló y espió encarnizadamente. Los patriotas, entre tanto, ganaban en aliento y esperanza, tan– to cuanto en ellos descendían y se desmedraban sus enemigos. La osadía de los libres limeños extremóse a punto de desafiar, con actos de audacia y de insolencia, la cólera y la venganza de las autoridades españolas. La bandera del Perú, decretada en Pisco, amaneció el 11 de diciembre flameando orgullosa sobre la enton– ces saxátil y resquebrajada cresta del San Cristübal, excitando las risas, las pullas y los comentarios picarescos de la ciudad; y en las puertas Cle la catedral apareció, conservándose en ellas un día entero, la famosa supuesta pastoral del arzobispo Las Heras, de que hablaremos en otro lugar. Por todas partes derramáronse la confianza y la fe en un éxito más o menos cercano; crecieron el prestigio y ia pótencia de la causa separatista; multiplicáronse el entusiasmo y la actividad de sus servidores; y ensanchóse el círculo de sus fervorosos partid1- rios, pudiendo decirse que, en Lima, todos los pobladores, sin más excepción que la de los peninsulares nativos y algunos nobles .ii meños empecinados, eran ya devotos de la independencia y de la libertad. El levantamiento de los pueblos septentrionales del Perú, a que se acaba de aludir, coronó de gloria y de honor la fre11te del año 20, próximo a extinguirse; y prometió un desenlace com– pleto y feliz para el año 21. Un poco de empuje y de osadía en San Martín pudo, en esos momentos, consumar la obra, lo que, por desgracia no sucedió (27). (27) Varia fue la suerte de los oficiales numantinos de que se ha hablado en este capítulo: Pineda (el que quedó en Trujillo con la segunda compañía) fue fusilado en Lima en 1821, después de ser cogido prisionero en uno de los encuentros de aquel año, en los momentos en que ya lograba huir (Mendiburu, Dic., t. III, pág. 7); Remigio Torres, José Montanches y Manuel Zapata, fué_ ronlo en la Macacona (notas de Canterac y del pl!enipotenciario colombiano Mosquera, del 7 de junjo y del 24 de mayo de 1822, apud Odriozola, Documen.
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