Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

308 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ Anchoris, Castillo, Raro y Rodríguez; de Calderón, Paillardelle, Pe– ñaranda y García de Rivero; de Pumacahua, Ramírez, Béjar, Cher– ceches, Pinelo, Astete, Melgar, Muñecas, los Angulo y Hurtado de Mendoza; de Gómez, Alcázar, Espejo, Téllez, Campo, Olivares, Pi– ñatelli, Casas, Valderrama, Pagador, Hurtado, Zabálburu, Ojeda, Rivera, Córdoba, Durán Portales, Amestoy, Palacios, Zúñiga, Rivó, León, Barbosa, Balarezo, Díaz, Villamar, Paz, el negro Lelé, Ca– rrión, Pezet, Devoti, Villalonga, Lavín, Zamora, y tántos otros que, con su vida y con su sangre, con su martirio y sus rudos sufrimien– tos - como Velazco, las Toledo, Quirós, Olaya y la Bellido - sem– braron las ideas de emancipación, despertaron el ansia viva de al– canzarla, y propagaron dondequiera la indominable determinación de poseerla. Sucumbieron unos, gimieron largamente otros, en ergástulas, mazmorras e infiernillos (4), aplastados por el poder colosal a cuya planta misma atreviéranse a bregar por su ideal y su bandera, a los que gran número de ellos diéronse en holocausto; pero así araron y surcaron el terreno; esparcieron en él la sacra semilla de la liber– tad; saturaron y adversificaron el ambiente; dieron norte, objetivo, cauce y rumbo a la opinión (opinión que San Martín y sus hues– tes no vinieron por cierto a formar con la que nombran "propaganda armada" algunos escritores, deseosos de explicar y paliar la casi inactiva presencia y el paso improficuo del prócer por las alturas del poder; sino opinión ya existente, amplia y robusta al arribo de éste; opinión manifiesta y poderosa, revelada en convulsiones sucesivas, algunas de ellas formidables, como las de 1780 y 1814; ganosa solamente de una ayuda, de una sombra, para erguirse nue– vamente y estallar, como estalló, universal e instantánea, en todo el septentrión del virreinato, repercutiendo en sus ámbitos y lejanías, e irrumpiendo incontenible en los aledaños y suburbios mismos de la metrópoli virreinal. IV Prueba elocuentísima de esta aserción, aparte de las ya expues– tas en los anteriores capítulos, fue la aparición de multitud de gue– rrillas , que, a la noticia del desembarque del Ejército Libertador (4) Calabozos y aljibes subterráneos, húmedos, estrechos, oscuros, de at_ mósfera deletérea irrespirable, en que los patriotas eran sepultados vivos. Existían, así en la cárcel de la ciudad como en la de Corte, y principalmente en la denominada Carceletas (de la Inquisición). Desaparecieron bajo el go. bierno de San Martín. V. lo dicho sobre esto en la Segunda Epoca, Tercer Pe– ríodo, Capítulo IV, párrafos XII y XIII de esta obra.

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