Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

FUERZAS REALISTAS DEL CENTRO 37 José Segundo Roca, marchasen, a vanguardia, de descubierta, man– teniéndose a unas dos cuadras máximum del escuadrón; descubier– ta reforzada, media hora después, con los oficiales Navarrete y Vásquez, del número 2 de Chile, a fin de que, "cuando uno de los descubridores llevase parte de cualquiera novedad que ocurriese, la descubierta no quedase débil". En tal forma atravesóse por los pueblos de Matahuasi, San Lorenzo y Huamalí, hasta las cercanías de Santa Rosa de Ataura; punto que se divisó a lo lejos ya al anochecer. XIII Oficiales avanzados y escuadrón procedían, con la mutua sepa– ración prevenida por su jefe, sobre el risueño pueblecillo mencio– nado, cuando los primeros vieron a un soldado español salir al galope del blanco caserío, y correr, a la vista de los patriotas, hacia Jauja, población ya no distante. Verle, y perseguirle, y acometerle, todo fué uno. Volaba, sobre todo, Vásquez, mejor montado que sus compañeros, y que, por tal circunstancia, púsose pronto al alcan– ce del fugitivo e intimóle rendición. La respuesta fué una trinidad de groserías, y, simultáneamente con ellas, un pistoletazo. El oficial patriota pudo, por ventura, zafarse el bulto; y, sable en mano, des– cargar tal mandoble sobre el insolente, que descolgóse este del ca– ballo y rodó herido por el suelo. Llegados Roca, Navarrete y Villa– rreal, atáronle fuertemente los brazos a la espalda; arrojáronle en la vía, cuan largo era; y lanzáronse, a carrera tendida, sobre la ho– ya de una quebrada, seca a la sazón, lugar en donde, a la distancia de tres cuadras, más o menos, según declaración del flamante pri– sionero, descansaba en ese instante, pié en tierra, una avanzada realista de doce hombres, a las órdenes de un oficial. El dato era cierto. Los presuntos sorprendidos, puestas las ar– mas en pabellones, ensillaban sus caballos en plena confianza y placidez, cuando como un rayo desprendido del abismo, dieron sú– bitamente sobre ellos los oficiales patriotas, espada y pistola en mano. La sorpresa fue absoluta; el pasmo enorme. Petrificados los unos, repuestos instántaneamente los otros pero sin espacio ni tiem po para nada, fueron, todos, cogidos prisioneros, el oficial inclusive, sin necesidad de "matar ni herir a nadie". No logró sal arse sino un cabo, que, como una exhalación dirigióse a la ciudad, ya próxi– ma, no obstante los esfuerzos del teniente Villarreal, que siguióle y persiguióle, sin tregua ni sosiego hasta los suburbios de Jauja.

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