Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
LA CUESTION DE JAUJA 43 caso el movimiento resulta superfluo, inútil y tardío, porque los gra– naderos patriotas "están encima, acuchillando" a los contrarios, y éstos, en desorden absoluto e irremediable, "no atinan a nada", más que a huir y ganar la cuesta, único punto por donde les es dado escapar de la muerte. No es esa una batalla; no, siquiera, un combate: es una car– nicería. Hay granadero (3) que acogota a un desventurado español; le aprisiona entre las estevadas piernas; allí Je degüella sin miseri– cordia; avienta la cabeza chorreante, que gira y rebota sobre las peñas; prosigue su carrera desfogando su infernal rabia bélica; y pasa y repasa, a la manera de aquellos fantásticos jinetes de que habla el Apocalipsis (4). (3) Para dar una idea del modo como se expidieron en esta nocturna acción los granaderos argentinos, bástenos copiar en esta nota el interesante relato que Roca, puesto en el inminente caso de perecer a manos de sus mis– mos soldados cegados y encolerizados por su propio ímpetu, nos da en sus Apuntes póstumos: "Rodó, dice, mi caballo entre unas piedras, y, arrojándo– me por la cabeza, caí entre los infantes enemigos, que nuestra descubierta y oficiales sableaban sin piedad. Corrí un gran riesgo en aquel trance extraor– dinario. Algunos se acercaron a mí, confundiéndome con los enemigos (al verme pié en tierra); pero les daba la contraseña San Martín, me reconocían y pasaban. Yo estaba empeñado en hacer levantar mi caballo, para montar y seguir, cuando en esto se me vino encima uno de los granaderos que venía más a retaguardia, quien, suponiéndome enemigo, me cargó de firme a tajos y estocadas. Yo le daba y repetía la contraseña, haciéndole quites y defen_ diéndome al rededor de mi caballo; y quizá hubiera sido víctima de este soL dado enfurecido . Por casualidad, había oído mis voces el mayor Lavalle, quien se vino al paraje de la escena a saber qué era, y, reconociéndome a mí y al soldado Maruña, le dió un grito mandándole que se fuera a la formación; y sólo así me ví libre de aquella fiera. Después, hablando de este episodio con el teniente don Vicente Suárez, me dijo que el soldado Maruña era natu. ral de Paraguay, y de los fundadores del regimiento de granaderos en 1812 en Buenos Aires; que este soldado era tan honrado como valiente; pero tan feroz y de una pujanza tan grande, que al godo que en un combate lograba él darle un sablazo a su gusto, era seguro que le partía la cabeza, con mo. rrión y todo, como si fuera una sandía; que esto lo sabían en el regimiento por experiencia, porque así se lo habían visto ejecutar en Chacabuco, en Mai. pú y en cuanto combate se había encontrado; y que me había librado de una muerte tan segura como atroz".-Rev., opuse. vol. y núm. cits., págs. 401, 402, 481 y 482. (4) Es el mismo soldado Maruña de que se hace mención en la Nota precedente. A éste último propósito refiere Roca: "Reunidos los oficiales (so– bre la cuesta) en torno del mayor, mientras descansaban un poco los caba– llos, la conversación se redujo a referir, cada uno, algún episodio de los que son tan comlllles en ca os s mejantes; y, habiendo relatado yo, a mi turno, que había vi to con horror a un granadero, degollar entre sus piernas a un 05215
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