Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

BERMUDEZ Y ALDAO.-DE ICA A HUANCAYO 549 lo menos, para el caso de no estar hasta esa fecha el futuro vence– dor de Paseo en la mesa de Junín, estaría, de todos modos, el gober– nador independiente de Tarma, don Francisco de Paula Otero; per– sonaje de quien Bermúdez y Aldao tenían nuevas favorabilísimas; una de ellas, la de contar con la existencia de tropas, si milicianas, ya un tanto organizadas y fieles, bien armadas, y sin contradicción po– seedoras de la enunciada provincia. V Pardo y su hueste entraron, pues, sin la menor resistencia en la ciudad de lea, no sin asombrarse -por contradictoria con las nue– vas que de la misma recibieran- ante la conducta sumisa y bonda– dosa de su clase selecta (no del pueblo), que, con el gobernador independiente a la cabeza, coronel de milicias don Juan José de Sa– las, salió en compacto grupo a encontrarle en el despoblado y a re– cibirle rendidamente (25 de noviembre). Sabedor de que sus adversarios no andarían demasiado lejos. pues habían salido la víspera, Pardo, a marchas redobladas, continuó sobre sus huellas, hasta alcanzarlos a distancia de cinco leguas de la población, en cierto sitio innominado de la senda. Prodújose allí un choque con la retaguardia de Bermúdez, deshecha casi, pero firme; firme hasta el punto de conseguir que el grueso de la columna per– seguida escapase por completo, encaramándose sobre los primeros contrafuertes occidentales, e internándose por las gargantas de la sierra. En ese encuentro, consumado el 26 de noviembre de 1820, tuvo Bermúdez catorce muertos y cuatro heridos; vio caer a trece de sus soldados prisioneros; y perdió no pocos fusiles, pertrechos y cabal– gaduras. Pardo renunció a una persecución que aparecía por instantes tanto más difícil, cuanto más quebrado y barrancoso presentósele el terreno; y tornóse a lea con los pocos trofeos obtenidos, que, aun– que pocos, eran siempre reveladores de su triunfo. Por supuesto que empeñóse en hacer pasar ese triunfo como definitivo, para conse– guir, como consiguió, cuanto ocurriósele exigir de los notables de lea, en víveres, transportes y dinero. Aldao y Bermúdez, por su parte, tranquilos ya, prosiguieron su parsimonioso ascenso sobre los Andes, confiados en que habrían de serles enteramente propicias las poblaciones de indios del tránsito y las ciudades que, al paso de Arenales un mes antes, habíanse ma– nifestado, no sólo inclinadas, sino en lo absoluto decididas por los independientes.

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