Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

RICAFORT 561 bio de indulto pleno y de toda clase de garantías para él y para te dos los suyos. Terres y sus compañeros de comando ap resurár on– se a rechazar perentoriamente la proposición, sin discut irla siquie– ra, aleccionados, por una experiencia bien amarga, acerca del modo como cumplían sus compromisos los servidores del rey. Compren– dieron, además, que. si éstos últimos tuvieron la intención genero– sa de promover y de ajustar amistosos arreglos, lo racional habría sido dirigirse a todos los jefes de guerrillas, y no a uno solo de 'los mismos; circunstancia que, a ojos vistas, revelaba el propósito de sembrar la cizaña entre ellos. Era esto el 30 de noviembre, cabalmente en los instantes en que Arenales, a la cabeza de su división y del pueblo de Tarma, ha– cía jurar la independencia del Perú en la más hermosa y risueña de las poblaciones del centro. X Y sucedió en seguida que, notoriamente pronunciados por una retrogradación momentánea, Terres y Corvera alzasen campamen– to de Chupasconga el 1? de diciembre, con el fin de poner mayor tiempo y espacio entre sus montoneras y el enemigo, consultar éxitos menos fatales, y elegir para el propósito colocación más es– tratégica. Juzgaron las indiadas esta determinación, acertada o no, pero inocente y hasta racional, un rasgo de. cobardía; y no faltó quien, por malevolencia o por venganza de algún agravio, despa– rramara la absurda especie de una infidencia y una traición, per– petradas por indigna paga, secretamente aceptada y recibida del parlamentario español. A primera visual bien se percibe lo calumnioso y úiabólico del supuesto, en la circunstancia, pública y notoria, de habe.r el abne– gado Terres, modelo de valientes y patriotas, rechazado el indulto pleno que ofrendárale Ricafort. Pero, por una de aquellas aberra– ciones infernales, frecuentes en la extraña sicología de la muche– dumbre, los indios de Cangalla y de Huamanga dieron -sin más que oirla-por evidente la imputación; lanzáronse sobre los dos desgraciados cabecillas, ofendiéndolos de palabra y obra; desoye– ron sus explicaciones y protestas; derribáronlos de sus cabalgadu– ras; y embistiéronlos en tierra, a golpes y rejonazos, hasta dejar– los sin vida. Y en el acto proclamaron jefes únicos de la resistencia a Landes y a Barrera, que, hafüendo opinado desde el principio por aguardar al adversario sobre el mismo campo de Chupasconga,

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