Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
694 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ aquella época calamitosa. El benemérito Pezuela, a cuya grande al– ma no repugnaban los más dolorosos sacrificios, si conducían al principal objeto de sus ansias, que era la conservación de la autori– dad real en aquellos dominios, accedió gustoso a esta dura proposi– ción; y se habían ya principiado a hacer los preparativos de dicho viaje, y aún se habían comprado maderas para formar cómodas habitaciones en el buque que se había escogido al intento, cuando se recibió la correspondencia de la Península, y la particular de su apoderado en Cádiz. Contestando ésta a los avisos que dicho virrey le había dado sobre aquel proyeto (que no se había ocultado a su sagaz p revisión, mucho antes que le fuera sugerido por personas ex– trañas), marcaba abiertamente su desaprobación, fundada en los ma– los efectos que había de producir la llegada de su familia a la Pe– nínsula , la que sería considerada como una señal indudable de la desesperada situación de los negocios en el Perú; excitaría una in– tempestiva alarma en el público y una fatal desconfianza en el Go– bierno, cuyos resultados habían de ser el verse privado de los auxi– lios que tal vez se estaban disponiendo en aquel momento, según tenía pedidos por varios conductos, en repetidas instancias y con ur– gente encarecimiento" (1 O). ¿No es verdad que la proposición de deshacerse de los suyos, im– portaba, para el virrey, una tácita acusación de cobardía, así se atri– buyese esta última a sentimientos legítimos y hasta meritorios, así como una avanzada afirmación de que el padre y el esposo amantísi– mos posponían clamorosamente, ante sus complacencias personales intimas, los sagrados y supremos compromisos del militar, del fun– cionario y del patriota, para con la nación y la majestad regia que aquí había venido a defender, a revertir y a garantizar? .. . VI Ello es que, "con esta inesperada variación, creció el desconten– to de algunos jefes, que creían, de buena fe, que, quedándose solo el virrey, había de ser el primero en los peligros, en las fatigas, en los padecimientos y privaciones, repitiendo los magníficos ejemplos que había dado, de celo, firmeza, sobriedad y templanza, en el Alto Perú" ( 11); descontento que, frisando ya con la prevención y el eno– jo por la supresión (que no fue otra cosa) de la "Junta de Guerra Directiva"; reencendido por el malsano soplo de ilusiones sinceras o de ambiciones ocultas y desapoderadas; reagravado por la pesad z (10) Historia cit., t. III, págs. 144 y 145. (11) Torrente, loe. cit.
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