Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

706 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ del éxito fatal de la expedición Osorio, de la t raición de la guarni– ción guayaquileña? ¿No era, cabalmente, uno de sus acusadores (Valdés) quien, a l retirarse a Tambo-Viejo, había dejado atrás, en la cuesta de Huachos, a l b atallón "Numancia", dando a éste oportu– nidad y espacio pa ra consumar sus intentos de defección ? ¿Todas las medidas últimas no se habían tomado por acuerdo unánime de la Junta Consultiva de guerra, en que él era el único que carecía de voz y aun de vo to, y cuya mayoría hallábase compuesta precisamen– te de sus rivales y enem igos? ¿No era un escándalo sin nombre el hecho de descalificar, sin otra razón plausible que la de la s armas, al que en el vir reinato r esumía y representaba la persona, la autoridad y la majestad del rey? ¿Y no constituía, en fin, una insolencia into– lerable, digna de férrea r epresión, la serie de afirmaciones que, en p apel tan ignominioso como el que recibía, se estampaban contra su conduct a pública en general, y, en particular, contra su probidad y h ombría de bien? . . . II Presa el malaventu rado personaje de este hervidero de impre– siones crueles y reflexiones amargas, comprendió , al cabo, tras la furia de los primer os inst antes, que, supuesto el angustioso t érmino de cuat r o hor a s, que sus ofensores concedíanle para con test ar, h a– bía que proceder antes qu e sentir y razonar. Impulso primer suyo fue llamar a La Serna, a fin de que, uti– lizando aquel amor e influjo ilimitados que aparecía disfru tando y ejerciendo entre su s conmilitones soliviantados , "mont ase a caba llo y saliese inmediatamente pa ra el campo de Asnapuquio, a sofocar el movimiento" (3 ) . La Serna, que, segú n sab emos, h ab íase t eatinamen te deslizado a Lima en la madrugada de esa fecha, p ara no hallarse presente en el teatro de la inaudita conmoción, dirigióse a la casa de Pizarro , no sin alguna demora; e, impuesto del anhelo de su ya discutido su– perior, excusóse franca y perentoriamente de t oda intervención en el asunto, "apoyado en la designación que se había hecho de su p erso– na para suceder en el mando del virreinato, y temeroso de qu e, m a– lográndose el objeto de su misión ( como era de espera rse de los je– fes de un ejército que tan abiertamente hab ían manifest ado su empe– ño en llevar adelante aquella medida ), pudiera ser atribuido a flo– jedad o connivencia de su parte, lo que se p resentaba como efecto i.rresistible de las circum;tancias desgraciadamente sobreven idas (4) . (3.) Torrente, op cit. III, 146. (4) Torrente, id. 146 y 147.

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