Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

DEPOSICION DE PEZUELA 707 III Ante esta negativa rotunda y ostensiblemente bien fundada, pensó Pezuela (y aun tuvo un momento en que lo decidió) consti– tuirse él mismo en el campo de Asnapuquio; presentarse al ejército, probable y hasta seguramente extraño a esa explosión de insana re– beldía; arengarlo y arrastrarlo en favor suyo, ya en otra rebelión (y esa sí legítima) contra sus jefes inmediatos, tan clamorosamente apartados de la senda del respeto, de la lealtad, del honor militar y de la disciplina. Y, por si ello no resultare eficaz, desparramar pro– clamas ardientes entre las fuertes guarniciones de Lima y del Callao; dirigir alocuciones, asimismo ardorosas, elocuentes, al vecindario ca– pitalino; apelar a la nobleza y fidelidad de aquéllas y éste; ponerse a su cabeza; aguardar y hacer frente a los revoltosos, quienes, ven– cido el angustioso plazo de su insolente conminatoria, contemplando a su víctima puesta en annas; careciendo totalmente de razón y de justicia; y palpando airada y pronunciada en contra suya la opinión de la mayoría, o no tendrían la osadía de seguir adelante; o sucum– birían ·en una refriega, ahogados por el dogal de su propia concien– cia, y por la condenación del sentimiento general, merecidamente enconado contra el bochorno de aquella revolución sin igual en los fastos coloniales, y sin precedente desde los tiempos de Almagro, Pizarro y Girón. Estallidos, éstos, íntimos y volcánicos justificadamente levanta– dos en un pecho digno y orgulloso, bien pronto apagáronse y deshi– ciéronse ante la consideración de que mayor bochorno involveríase en una lucha civil; y más deplorable resultaría un derramamiento de sangre hermana, en aras de una autoridad, si legítima, expuesta siempre a aparecer como concreción de una ambición personal; san– gre que debería economizarse para la lidia por el régimen de que el pobre magistrado estaba, más que nadie, obligado a ser escudo y sostén; y verterse exclusivamente en la campaña ineludible de se– guir y consumar, para el definitivo triunfo sobre enemigos tan próxi– mos como respetables y engreídos. ¡Cuánto, en realidad, no gozarían éstos ante la querella intestina concitada entre sus adversarios! ¡Cuánto no ganarían con semejante situación! ¡Qué ventajas tan ines– peradas y dichosas no alcanzarían de una divergencia de opiniones, actitudes y sentimientos, que ya tantos éxitos habíales obsequiado, desde el instante en que comparecieron ufanos y amenazadores, en la tierra de los Incas!... Sosteniéndose en el puesto con firmeza y con brío, sería, sin duda, un magnífico virrey; pero no resultaría quizás un correcto español ... Para proceder como un buen funcionario, co-

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