Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

718 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ del mismo mes -tan melancólica y emocionante, como rica en datos causa, divididos los ánimos, e interesado el pueblo, según sus sentimientos en una escena que cuidé no llegase a traslucir, sino después de haberse con_ sumado, a satisfacción de los agresores, mi atropelliamiento e ignominia, que no fue dable remediar.- Un general de la nación, que ha sido distinguido de ella por sus recomendables servicios, sostenidos en dilatados años de su carre_ ra militar; que ha operado activamente a favor de la justa causa, ya como jefe de este departamento tle artillería, ya como general del ejército del Alto Perú, en que mandó acciones interesantes contra las gruesas y siempre supe– riores fuerzas de Buenos Aires, librando este reino, en distintas ocasiones, con sus decisivas victorias, de la próxima e inevitable ruina que le amagaba, y que, puesto a la cabeza del virreinato, ha sostenido por cerca de cinco años su conservación, entre las inmensas dificultades de la opinión adversa de muchos pueblos, y de la falta absoluta de recursos; es el que hoy se ve atrozmente injuriado, vejado y expulsado del mando que S.M. le había confiado.- ¿Y quiénes, Excmo. Sr., han sido los autores de este ruidoso acontecimiento, y se avanzan a juzgarme inepto para la dirección de esta guerra, y clasificar mi administración de viciosa y desordenada? Unos cuantos jefes jóvenes, licen– ciosos e insensatos, que han traído consigo la insubordinación e indisciplina, desconocidas antes en este país; q'ue, sin tino para sujetar los preceptos generales de la ciencia militar a las circunstancias del terreno y sus habitan– tes, nos han desgraciado completamente la campaña del Alto Perú, a la som– bra de su influjo sobre el general, sólo porque yo dejé el ejército sin enemL gos temibles al frente; que, por su tono imperante y arrojado, por su inhuma_ nidaid y por repetidas extorsiones, han puesto acaso una barrera eterna entre las relaciones de los europeos y naturales; que, imbuídos en la idea de la neces}dad de un borroso despotismo marcial, engreídos por la posesión de algunas teorías que han leído y sin conocimiento de gobierno, han tratado de debilidad la consonancia con el trato paternal que el rey quiere usar con esta porción de sus súbditos, y pretenden dictar reglas a la educación adquirida por principios y a la experiencia de muchos años; y que, en fin, sin traer utili– dad alguna al Nuevo Mundo, lo han puesto acaso, con sus desaciertos, al borde del precipicio .- ¿Cuáles han sido las causas? El espíritu de venganza en unos, por juzgar desaires y agravios las justas negaciones del gobierno; la ambición de otros, por llegar a mayor altura en su carrera; y, respecto de todos, el fundamental trastorno que han sufrido las ideas en lo político y moral, y la gran brecha que, en estos últimos tiempos, ha abierto la exalta– ción del ánimo en las respetuosas relaciones de los súbditos con la autoridad. Oportunamente podría añadir aquí otra pregunta acerca de mi sucesor; pero, como (en el estado actual) pudiera darse a imri expresión un motivo muy distante de la rectitud de mis intenciones, y del idioma de ingenuidad que siempre he usado, tengo resuelto no hablar de él, sino con hechos que pue– dan servir a mi desgracia. Ni es tampoco, éste, lugar de contestar a las atro– ces y vehementes calumnias con que se dilaceran mi honor, probidad y celo, en la célebre intimación con que conminó para la cesación en el mando. Se– parado ignominiosamente de él, trato de mi restitución a la Península, en qu cuando la propia percepción de mis brillantes triunfos y constantes servicio , ejecutados a la faz del mundo, no desmienta las torcidas atingencias con que se increpa el pacífico goce de mi buena reputación, responderá a todos, con documentos terminantes e inexpugnables, de mi fiel procedimiento, en cuyo

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