Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
LA CONTROVERSIA 87 entre las infinitas que obedecían y rodeaban a Bolíva r, más a propósito para la empresa, que como bien se comprenderá, era la de procurar que Guayaquil decidiese de una vez su incorporación a la Gran Colombia. Además de valeroso y leal -cualidad, la pri– mer a, que, acreditada en multitud de ocasiones, sobre todo en Pasto, había de serlo aún más en Huachi y en Pichincha; y virtud la segunda, que, hecho prisionero en la primera de esas acciones, resplandeció con su fuga de Pasto y su nueva incorporación en las filas independientes (9)- era Mires, en efecto, insinuante y sagaz; y, si no instruido, ni poco menos, de inteligencia clara y viva, secundada por una voluntad enérgica en las determinacio– nes, persistente en la labor, disciplinada y audaz. Hasta añadíasele, para imprimir cierta gracia en su dicción, haciéndole entretenido y simpático a cuantos le trataban, la im– perfecta forma en que hacía uso del castellano, lengua que nunca llegó a dominar, y que despedazaba, solemne, locuaz, con íntimo regocijo de los interlocutores que le perseguían, ganosos· de es– cucharle y de solazarse con los múltiples episodios de su vida aventurera. Conforme a sus instrucciones, debería emprender camino a ]a cabeza del escuadrón llamado Guías, uno de los más veteranos y gloriosos del ejército colombiano. Pero, grandemente desmedra– do tal cuerpo en la campaña de Pasto, y necesitado Sucre de conservar parte del mismo para base y núcleo de los nuevos es– cuadrones que se proponía formar, apenas si Mires pudo salir de Trapiche a Buenaventura y Guayaquil con unos treinta y cinco de aquellos soldados escogidos, a órdenes de los oficiales J. Pombo y Manuel Trinidad Morán; destinado el primero a servir de secre– tario al general irlandés, y predestinado el último a hacer gran papel en las futuras conmociones políticas del Perú; a brillar en ellas por su valentía y su noble conducta; y a finalizar triste– m ente, en fratricida contienda, sentado sobre el banquillo fatal que levantáronle la pasión, la injusticia o la demencia. Con este cortejo militar, que mal pudiera merecer la deno– m inación de un auxilio, pero que, en todo caso, significaba un acto de presencia material de las fuerzas de Colombia, apropiado para impresionar la vista y la imaginación de un pueblo --en tanto que las ofertas y hasta los compromisos de San Martín (9) La lealtad de Mires era sobre todo personal para con Bolívar, a q,u!en uníalo una amistad antiquísima y con ello un recuerdo negro: el de la pr1s1ón y entrega traidora de Miranda.
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