Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
226 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ versia. La escuadra peruana, a órdenes de Blanco Encalada, ocu– paba, numerosa y fuerte, las aguas del Guayas, a las que había ido so pretexto de recibir y repatriar a la división de Santa Cruz. Esa división debería, necesariamente, estar a la sazón en Guaya– quil, ya que, según las últimas comunicaciones ele Sucre, de La Mar y del jefe divisionario, había trascurrido todo un mes desde la fecha anunciada para su éxodo de Quito (25 de junio). Estando, pues, como tenía que estar, la división peruana a las riberas del Guayas, y suponiendo a l Libertador y a sus tropas todavía pre– sentes en la antigua sede ele Huaina Cápac, podía el Protector juzgarse, si no dueño y árbitro de la situación total, por lo me– nos en aptitud de negociar ventajosamente. Y, en efecto, a l par– tir de Guayaquil a Quito en pos de Bolívar, la primera ele estas poblaciones, donde apenas si existían de guarnición unos cuantos soldados colombia nos, quedaría evidentemente peruanizada por una doble ocupación: la de las fuerzas de Santa Cruz en tierra, y la de la escuadra peruana, fondeada a l frente, en sus aguas te– rritoriales. Con ese predominio y esa ventaja, dejando a su es– palda, poseída casi, la peleada presa, podría bien el gobernante peruano llegar a Quito; efectuar su conferencia en circunstancias y condiciones de superioridad, favorables, cuando no inmediata y directamente para la causa misma del Perú, siquiera para la de Guayaquil; y arrancar las garantías de respeto y liber tad que el voto de los guayaquileños había menester para emitirse exento de todo temor, de todo influjo y de toda violencia. Después de esta primera victoria moral, política y diplomática, vendría. na– turalmente la territorial posterior, contando el Perú, como con– taba, con la. manifiesta voluntad de la mayoría. ¿Se exasperaba Bolívar, estallaba y movía la guerra? La hipótesis trasladaría al Presidente de Colombia toda la responsabilidad del conflicto ar– mado: poseído previamente Guayaquil por las fuerzas y la flota peruanas, Bolívar sería el agresor, el invasor: ya se vería, en se– mejante caso, lo que se podría y debería hacer. XI Estos castillos en el aire, a lzados sobre b ases y suposicwnc:s tan distantes de la realidad, y que el genio previsor del presidente colombiano había desbaratado de antemano, explican la ilusoria satisfacción con que el protector peruano acudía a la inolvidable conferencia, y la confianza que simultáneamente flotaba en el
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