Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

EL ENCUENTRO Z31 XVI San Martín expresó a los edecanes portadores la complacencia y el agradecimiento que en él despertaban los t érminos de una y otra comunicaciones, y formuló su deseo de contestarlas personal– mente y de viva voz, pasando en el acto a " abrazar al ilustre Li– bertador de Colombia". Pero hubo de resignarse a aplazar el de– sembarco, por habérsele ratificado la circunstancia de que lo in– tempestivo de su aparición imponía al Libertador y vecindario la exigencia de no recibirlo hasta el día 26: así, en las restantes ho– ras del 25, podrían disponer de cierto tiempo, por corto que fue– se, en que alistar algo adecuado, si bien inferior a lo que, con es– pacio y tranquilidad mayores, hubieran querido ofrendar a la im– portancia, a la posición oficial y a la gloria de su huésped. Accedió San Martín; despidió afectuosamente al coronel To– rres, con la carta, antes no entregada, del 13, y la promesa de desembarcar a las once de la mafiana del 26; y agradeció la per– manencia de los otros edecanes, que, le dijeron, tenían la consig– na de ponerse y quedar a sus órdenes. XVII La primera noche del 25 pasóse, pues, a bordo de la Macedo– nia, poco más acá del puerto, en seria o alegre conversación con los marinos, jefes y funcionarios peruanos allí preexistentes, o sea con Salazar, Morales Ugalde, La Mar, Blanco Encalada , Santa Cruz, Lavalle, etc. San Martín manifestóse, como siempre, impenetrable, sin re– velar disgusto ni cólera ante las noticias que se le comunicaban; pero, por lo que oía y veía, formóse incontinenti concepto íntimo, a nticipado, perfecto de lo que era el Libertador ; comprendió la absoluta inutilidad de la conferencia, sobre todo en lo tocante a la cuestión guayaquileña; y pensó lo que no llegó a exteriorizar sino tres días después (el 28): que el Presidente de Colombia "le había ganado de mano". Todas sus ilusiones, previsiones y cálcu– los resultaban fallidos. Llegaba tarde. Bolívar se le había adelan– tado. En vez de ir a conferenciar con él en Quito y negociar allí, dejando en Guayaqµil una retaguardia fuerte y segura, su émulo Je esperaba duefio del campo, señorialmente arrellanado en el te– rreno mismo de la disputa; y, frente a los mil quinientos soldados

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