Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
CAPITULO 11 INDEPENDENCIA DE GUAYAQUIL. EL PERUANO ESCOBEDO. 1 Sabia medida --en extremo favorable para la causa españo– la- fue aquella, concebida por la Junta de Fortificaciones de Amé– rica, aprobada y resuelta por el gobierno del infeliz y débil Carlos IV, y reducida a agregar la provincia guayaquileña a l Virreinato del Perú; sabia, porque, sometidos el puerto y la ciudad metrópoli del Guayas, con toda su jurisdicción política, a l vigilante y férreo puño del gran virrey don José de Abascal, provincia, ciudad y puerto permanecieron tranquilos y absolutamente fieles a la ban– dera realista, a pesar de las vecinas convulsiones en que, hacia los años de 1809 y 1810, debatíase la limítrofe presidencia de Quito. Guayaquil, en efecto, no había, antes de 1820, dado muestra algu– na de hallarse inclinada a la emancipación; y antes bien habíase manifestado contraria a ésta, cohibida por el peso y Ja potencia del régimen colonial, cuyo principal centro de fuerza residía en la próxima capital de los Pizarra, incapacitándola de realizar cual– quier intento tendiente a la autonomía. (1). (1) He aquí como prueba de lo que afirmase en el texto, la respuesta que el gobernador de Guayaquil, Cucalón, y el ayuntamiento de dicha ciudad, por órgano de éste, dieron a las comunicaciones de la titulada Junta Supre– ma de Quito, en setiembre de 1810: "'Ha llegado a mis manos vuestra carta particular de 27 de agosto último, la reservada oficiosa del 26, y la que es– cribisteis a este Ilustre Ayuntamiento en el mfamo día, con inclusión del certificado del 21, en que consta lo practicado por principios de revolución. En todas ellas dais testimonio de la sedición efectuada, y de que no se dis– fraza ella con las palabras y expresión paliativas que usais. Vuestros hechos son opuestos a los sentimientos de lealtad y patriotismo que figuráis. Poco tiempo hace que habeis jurado solemenemente no obedecer otra junta que la Suprema Central de la Nación, que representa a nuestro augusto soberano el señor don Fernando VII, y ahora habéis tenido la criminal voluntariedad de instalar la que no os compete. Habéis depuesto las autoridades legitimas,
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