Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
INDEPENDENCIA DE GUAYAQUIL 29 Mientras los patriotas del Perú (a quienes aquel peso y esa potencia aplasfaron en las constantes explosiones de su hondo es– píritu liberal, y en los sacrificios a toda prueba que consumaran en aras de la redención del continente) pagaban su osadía en los cadalsos de 1780, 1805, 1809, 1810, 181 1, 1813 y 1815; los patriotas guayaquileños (que Jos había de convicción, y no en pequeño nú– mero), manteníanse algo más que inertes e indiferentes ante las fracasadas conmociones de sus hermanos del Perú y de Quito. Y así fue que -como miembros que por entonces eran de Ja comunidad peruana- los guayaquileños sólo llegaron a insurrec– cionarse, movidos, apoyados y dirigidos por patricios peruanos, residentes ocasionalmente en el lugar, y cuando, ya en setiembre arrogandoos al mismo tiempo, para alucinar, Ja potestad de que dimanan. Bien satisfechos de vuestra traición, haceis tumultos de armas, para resistir, según me lo expresáis, dando por término de vuestras criminales empresas la recuperación de la península de España. Esta subsiste por nuestro legí– timo monarca, gobernándola felizmente el Congreso Supremo de Ja Nación, que, por otra parte habéis supuesto falsamente haberse extinguido, en el o[i– cio que pasasteis al l. Cabildo de Cuenca, para que os reconociese. Así es que no atináis con vuestra insurgencia; ni es posible acertar en un empren– dimiento que será memorable en los siglos por su barbarie, respecto a Ja injusta substracción que intentais. Tampoco existe el falso motivo que apa– rentais, de estar amenazados de Ja dominación francesa: nada es tan notorio como el que por ninguna parte asoma, y que menos puede llegar al suelo quiteño, que es una pequeña porción de lo interior del Reino, en cuyas már– genes no se ha imaginado tal extravagancia; y, si sucediera, harían primero su defensa las armas del Rey mi amo, para manteneros en la misma segu– ridad que habeis gozado de trescientos años a esta parte. Nunca os abando– narían los jefes superiores que teneis al frente, y hasta el presente tiempo no ha corrido motivo para dudar de su fidelidad y facultades por la con– servación de estos dominios: debeis, por todo, deponer vuestro error, y so– meteros a Ja legítima autoridad, como lo estabais. -Aunque conozco bien Ja debilidad de vuestra arrogancia, no calculo el partido que habeis tomado, ,con vista del exhorto que os pasé con fecha 24 del mes pl·óximo pasado; pero sí os advierto que omitais vuestros ar tificios y olvideis la esperanza que os propusisteis de sorprender mi lealtad abultando vuestros engañosos razonamientos, fuerza y armas; y, sobre todo, confundid vuestra propia aca– lorada imaginación, las promesas que me haceis de crearme gobernador y capitán general de esta provincia con grado de Mariscal de Campo, y a mi hijo don José, que teneis preso, teniente del Rey; como también de colocar en otros destinos a las personas que yo tenga por bien proponer. Sabed que detesto vuestras infames promesas, y que nunca debeis esperar la incor– poración de esta fiel provincia en vuestra insurgencia. Todos los moradores de ella me imitan en lealtad, y no omitiremos medio, sin perder hasta la última gota de nuestra sangre, por conservarla ilesa al monarca y castigar la horrible traición que habeis cometido. Día llegará en que conocereis y
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