Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

400 CERMAN LECUIA Y MARTINEZ ter de la mayor respetabilidad y duración a las proposiciones que hice a V.E., las sujeté a la ratificación del Congreso, yo conté con dirigirme a un jefe ilustrado, que, nutrido en las máximas libera– les que han regido a la España, para su bien particular, respetaría, como yo _respetaré, profundamente, a un cuerpo representativo de la voluntad general, y digno de la mayor veneración y deferencia. Mi autoridad, que es la única que me dice V.E. reconoce para tratar es ninguna, si no está apoyada en el voto de los pueblos, a cuya voluntad circunscribiré, absolutamente todas mis operaciones pú– blicas, gloriándome de cumplir sus órdenes. Esto es el término de mis aspiraciones y el último extremo de mi ambición; y, para lo– grarlo, pondré muy pronto en manos del Congreso el gobierno que el imperio de las circunstancias me hizo aceptar por creerlo con– veniente. Sólo me resta, señor general, reiterar a V.E. los senti– mientos de la más alta consideración, con que soy su atento ser– vidor.- Firmado José de San Martín.- Lima, setiembre 10 de 1822". XIII Tal fue el término, previsto y natural. de la postrera negocia– ción de paz e inteligencia hispano-peruana promovida por el Pro– tector; término que, aunque cronológicamente pertenezca a aquel período final de la administración de San Martín que hemos deno– minado "Los treinta días", ha sido necesario insertar en esta parte, para no romper, sin utilidad, la ilación del curioso relato que en ella hemos emprendido acerca de los asuntos exteriores incoados, por Torre-Tagle o por el propio general argentino, durante el perío– do de la Delegación Suprema. A partir de este momento histórico, ya no habrían esas nego– ciaciones de reabrirse hasta el punto tenebroso en que las convul– siones de la anarquía, la ambición frenética de mando, y la pasión política exacerbada en presencia de una intervención extraña, em– pujaron a gestiones dudosamente limpias, las trémulas manos del Presidente agonizante Riva-Agüero. Ya llegará la ocasión de engolfarnos en su mortificante recuerdo.

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