Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

LA REASUNCION DEL MANDO 407 pensareis los que hará incurrido [sic], por el mérito de faltar cri– men en mis propósitos. Aseguré al Pueblo cuando mandaba (y en el calor de su justo enojo contra Monteagudo) que no quería conti– nuar en el mando; y, consecuente en mi deliberación, lo renuncié, devolviéndolo al Protector, de quien lo recibí con no poca violen– cia, impelido del vehemente deseo de ser útil a mi país.- Herma– nos míos: Así como yo me decidí a sacrificarlo todo, resignándome en el patriotismo del general San Martín, por creerlo el único ga– rante de la libertad del Perú; debeis vosotros estar persuadidos de que este general sólo aspira a que seamos libres, y a que, recupe– rando nuestros derechos, gocemos de la felicidad de que son sus– ceptibles los hijos de Adán. Al dejar el gobierno que se me delegó, he hablado a mi país como un mandatario. Ahora, en mi retiro, no puedo menos que volver a dirigir la palabra a mis hermanos, ofre– ciéndoles los oficios de mi obligación, con la firmeza de mi carác– ter; para que, cuando los enemigos de su libertad los ataquen, es– tén ciertos de que mi vida, mis bienes, y cualquiera aptitud que pueda considerarse en mi existencia, serán prontos para sacrificar– se en su defensa, desde cualquier punto en que resida, postergan– do los encantos de marido y de padre por tan preferente y sagrado objeto.- Lima, agosto 23 de 1822.- José Bernardo de Tagle". V Por incorrecto y pedestre que resulte este último documento, ya no salido, como sus congéneres, de la pluma del Ministro Val– divieso, sino debido a la grotesca péñola de algún complaciente ami– go del Marqués, resulta, como los tres anteriores, altamente inte– resante para quien, en sus interlíneas, quisiere descifrar el sentido cierto de los acaecimientos ocurridos entre bastidores; los rumbos indudables a que entonces inclinábase la opinión; y, en fin, la ini– cial explicación de los demás sucesos que en esa memorable fecha comenzaban a desarrollarse. Y, en efecto, por lo que tales docu– mentos dicen, y aún más por lo que dejan de decir, cabe afirmar que San Martín estaba, al cabo, perfectamente convencido del des– censo en que había caído el brillo del Protectorado; y palpaba, en las proximidades de su muerte política, los lamentables yerros en que incurriera su adminis tración, con esa clarividencia retrospecti– va de toda conciencia agonizante. Anheloso de despertar la fe, casi extinguida, en la eficiencia de Ja lucha posterior, alzaba la voz, ex– clusivamente, para anunciar al pueblo, como una grande e impon-

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