Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

408 CERMi\N LEGUIA Y Mi\l\TINEZ derablc nueva, la próxima venida de fuerzas auxiliares colombianas, en la apreciabilísima cifra de "tres bravos batallones". Ficticio o real, aquel regocijo, pueril para quien traía el ánimo desencantado de las conferencias de Guayaquil, era indicio cierto de la orfandad y del vacío que en el pecho del héroe extendíanse tristemente, como las sombras en el firmamento a la melancólica caída de la tarde. En– tonces llegaría a comprender cómo, al contrario del innegable acier– to con que procediera en Chile, conservando su investidura mera– mente protectora y bélica, y estableciendo un gobierno regional au– tónomo; había claudicado en el Perú, con propósitos sin duda since– ros y nobles, al asaltar, como asaltó, al poder sin consultar autori– dad, ni obtener consentimiento p revio alguno, maniatándose a sí mismo; desarmándose militarmente; asumiendo con imprudencia inexplicable, las múltiples y directas responsabilidades del supremo mando y de la dirección de todos los negocios, tanto políticos como estratégicos; condenándose a la inacción, por el esparcimiento de– plorable de una atención, de una actividad y de una iniciativa pe– daceadas necesariamente, y a cada instante vertidas sobre muche– dumbre de objetivos, deberes y cuidados; e infundiendo la descon– fianza y el descontento en extraños y conmilitones, por el capricho insano de retener y conservar el poder; por la demora en convocar a la representación popular; por el consiguiente e indefinido apla– zamiento de toda organización permanente, nacional y libre; por el no disimulado prurito de menospreciar las capacidades autócto– na s, y ele imponerse a ellas, con un exagerado concepto del propio valer, y la convicción de la inutilidad e ineficacia de las energías y de las inteligencias preexisten tes en el nuevo Estado. Pero era ya tardío el reconocimiento de tales yerros, y en con– secuencia poco o nada feliz el afanoso empeño de remediarlos. La caída de Monteagudo era una revelación: debió el prócer de palpar en ella, por Ja indiferencia con que en el asunto se contemplaron su conveniencia política y sus simpatías personales, así como la segu– ridad evidente de su disgusto y de s u cólera; debió de palpar, deci– mos, un desprestigio que indefectiblemente le hería de rechazo; des– prestigio que, tarde o temprano, bien podría hacer estallido sobre su propia cabeza, no obstante el indiscutible nimbo que en torno de ella conservaban hasta entonces encendido el valor y el genio, el poder y la gloria. ¿Por qué ese poder, que a la sazón érale tan "repugnante", no lo había sido para él en julio y agosto de 1821, cuando el desprendimiento de toda autoridad civil y una consagra– ción monopolizadora a Jos desvelos y necesidades de la guerra, ha– brían hecho de su figura histórica algo mayor, más venerable, más puro, que aquéllas que, en la perdurabilidad de los siglos, nos lega-

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