Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

LA REASUNCION DEL MANDO 409 ron los Cincinato, los Arístides y los Washington? Ya no le redimi– rían, n i podrían redimirle, el renunciamiento del mando, la convo– catoria y reunión del Congreso, su a partamiento de la política ca– sera, y cualquiera organización de undécima hora, por liberal y li– b re que fuera, en que al fin consultárase, respetárase y vencieran de– finitivamente los olvidados fueros y las naturales exigencias nacio– nales ... Ya, al hablar de la ab dicación del Protector, tendremos m ejor oportunidad de pormenorizar y seguir, en su extrnña evolución y des– envolvimiento, los sentim ientos que, casi súbitamente, desperta.. ron y se impusieron en su alma. Bástenos, por a hora, exponer, con Mitre, que, a su regreso de Guayaquil, hubo de encontrar la opinión fatigada de su predominio; al ejé rcito, desligado de su influjo y de su genio; la administración por él erigida desde e nero, deplorable e inepta; a su brazo derecho, a su auxiliar y mentor, el Ministro Mon– teagudo, en el destierro; su propia presencia, innecesaria y h asta probable de convertirse en un obstáculo, obstáculo por cierto seguro tratándose de Bolívar; y, por todas estas consideraciones, pensó en eliminarse; y se eliminó, creyendo sinceramente hacer en ello un ver– dadero servicio a la causa de la América; y se eliminó, aunque hubie– ra, todavía, podido mantenerse en el poder, ha biendo, como había h asta esos momentos, un partido no despreciable a su favor, que lo habría a poyado decididamente; pero, como bien expone el autor ci– tado, repugnábale la represión y disgus tábale la posibilidad de ha. bcr de chocar contra el Congreso convocado por él mismo, produ– ciendo un escándalo indigno de su altura, de su índole y de sus an– tecedentes. Y tornó al supremo mando, pero sólo para, más pronto y de manera más fácil, deshacerse de él. VI Por lo que hace a las proclamas de Torre Tagle, ellas parecen haber determinadamente emitídose para réplica de los cargos que el Protector acababa de hacerle, en la recóndita conferencia del 19 de agosto, en el palacio de Gobierno; para desvanecimiento de los comentarios que, en la materia, volab an en voz baja, en alas de la murmuración y de la m aledicencia populares; y hasta para estam– par una constancia, ma ñosa y malévola, del estado de r epulsión en que, al reasumir el poder San Martín, habíase colocado francamen– te la opinión del vecindario. No otra cosa significaba aquella frase en que, recordando cierta promesa de dejar una Delegación "recibi-

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