Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

32 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ reformador del 10 de agosto de 1809; miembro y Ministro de Gracia y Justicia de la Junta Suprema creada por consecuencia de aquel estallido; y mártir de su patriotismo y de sus ideas liberales en la execrable matanza del 2 de agosto de 1810 (3). Y ya veremos, en breve, como también fueron peruanos quie– nes provocaron, encabezaron y dieron, en 9 de octubre de 1820, glorioso remate a la insurrección emancipadora de Guayaquil. 111 Nada, hasta esa fecha, había esta ciudad sufrido por la causa de la independencia, si se exceptúan las ocurrencias sobrevenidas a la aparición de la escuadrilla del comodoro irlandés Guillermo Brown (8 de febrero de 1816); la inquietud suscitada por las cer– canas correrías del comandante don Juan Illingworth, y por los combates navales que éste, con la corbeta corsaria Rosa de los Andes, hubo de sostener, primero en la Puná, contra la fragata española Piedad (24 de junio de 1819), y después contra la Prueba, en la punta de Galera (12 de mayo de 1820); y, en fin el pánico des– pertado por la terrible presencia de lord Cochrane, que abstenién– dose discretamente de hostilizar a Guayaquil, limitóse a apresar, en la ría del Guayas, a los buques hispanos Aguila y Begoña, que allí habían ido a refugiarse y repararse para seguir sosteniendo (3) El historiador ecuatoriano don Pedro Fermín Cevallos refiriéndose a este malaventurado prócer, habla así: "Don Manuel Quiroga, hijo del Cuzco Y casado en Quito, de tan buenos alcances e instrucción, animosidad y fama de buen letrado como el antioqueño Juan de Dios Morales, y sin su ambición por añadidura, era por la cuenta el brazo derecho de éste (director principal del movimiento). Quiroga, a no hacerle sombra Morales, habría sido la prime– ra figura de la revolución y tal vez más provechosa, porque a su valor unía la discreción": op. cit. vol. III, pag. 29. El mismo autor, relatando la muer– te de nuestro compatriota, dice: '"Las hijas de Quiroga, llevadas por desgra· cia a vi.sitar a su padre en tan funesto día, presencian, con 'el corazón pal– pitante, las escenas sangrientas de que ellas mismas han escapado de mila. gro, sin que les tocara una sola bala de cuantas llovían sobre sus cabezas. Pasado ese primer instante de terror que, en circunstancias semejantes, se concentra enteramente en el individuo, les sobreviene la memoria de su pa– dre, a quien desean salvar. Se dirigen al oficial de guardia, y le ruegan fervo– rosa y humildemente que le salve la vida; y, sorprendido éste de que aún es– tuviera vivo un enemigo de tanta suposición, se acompaña del cadete Jara– millo, y entra en el rincón en que yacía Quiroga oculto. Jaramillo le des– carga el primer sablazo; y luego los soldados, otros y otros, hasta que cae muerto a las plantas de sus hijas": op. et vol. cit. pags. 71 a 72.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx