Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
. 422 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ elusiva autoridad, había, en el famoso decreto del 3 de agosto, "com– prometido solemnemente su palabra ante los pueblos, ofreciéndoles hacer dimisión del mando para dar campo al gobierno que ellos tu– vieran a bien elegir"; y asentado que "su mayor satisfacción" sería el "efectuar esa renuncia", y, al emitirla, "rendir cuenta de sus opera– ciones a los personeros" reunidos de la colectividad peruana. II Dicha inconsecuencia fue una de las causas de la animadversión sobreviniente contra San Martín y su ministro Monteagudo, y del desprestigio creciente del Protectorado. Si, con ruda y varonil franqueza, hubieran, uno y otro, dado y persistido en la declaración abierta de no consentir, ni menos pro– hijar representación alguna, en tanto que existieran enemigos en el territorio; seguro es que los hombres de la época, abandonando la legítima ilusión del gobierno propio, por amor a la patria, por su– misión abnegada a las imposiciones de la guerra, habríanse resig– nado al régimen exótico, a la situación de fuerza, a la organización militar, odiosa en sí, que las circunstancias traíanles, bien o mal, en la punta de las bayonetas auxiliares. Pero ocurrió que, por una hipócrita condescendencia con las justas aspiraciones del pueblo invadido; fingiendo un respeto en– gañoso a su derecho, y aparentando un culto devoto por aquella li– bertad que decían venir a defender y hacer triunfar -ambos próce– res incidieron en una serie de promesas halagadoras- que luego dejaron de cumplir; y hasta diesen, en documentos públicos y so– lemnes, muestra imprudente de propender a la reunión de una asam– blea popular, y a la sanción, mediante ella, de un sistema político autóctono, para olvidar, en seguida, sus determinaciones; incurrir en aplazamientos sucesivos, que envolvían desprecio y ludibrio para con los ciudadanos, engañados de tan escandalosa manera y, en fin, aniquilaban la confianza y la fe que a los últimos pudieron inspirar, en un principio, los alardes y votos de sus gobernantes. III ¿Cuál la causa de semejante actitud, al parecer inexplicable? No es, en verdad, dable ni justo -conocidas como entonces eran, y como hoy lo son cada vez más, las sobresalientes virtudes cívicas de San Martín, encaramado y sostenido en el mando por influjo de
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