Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
34 GERMAN LEGUJA Y MARTJNEZ el buque corsario. Esas embarcaciones eran la Piedad, la Prueba y la Venganza; fragatas, las dos últimas, de cuyas aventuras y suerte final hemos tratado en no lejano capítulo. La Prueba y la V enganza tomaron derrotero, la una un poco apartada de tier ra, y la otra directa, rectamente, por alta mar; y la Piedad siguiólas oteando la cos ta de cerca, y entrando y saliendo en todos y de todos sus recodos y puertos, vigilante y avizora, hasta las vecin– dades de la isla de Puná y del golfo de Guayaquil. Casualmente Illingworth, navegando a precaución con ban– dera española, cruzaba por las aguas de aquella isla, en la que pro– poníase fondear para reposición de sus bastimentos. Era a fines de junio de 1819, cuando prodújose el encuentro que el marino bri– tánico había procurado a todo trance eludir. V El 24 temprano púsose a la vista la fragata española, ya ad– vertida de la proximidad de la Rosa de los Andes; y aunque el bravo corsario inglés maniobrara acertadamente en son de evitar cualquier contacto, ocurrió que la Piedad, diestramente dirigida, avanzase y ganase la boca del canal constituido por la isla y la cercana costa del continente, y que el escape de la Rosa se hiciese, por aquella circunstancia, operación poco menos que imposible. Consiguiérase o no burlar al adversario, de todos modos era in– dispensable combatir: Illingworth arrió la bandera española, has– ta ese instante infructuosamente izada al tope; enarboló la de la nación a que su buque pertenecía; tocó zafarrancho, y fulminó su primera andanada para imponer al enemigo. Sabía que la audacia colma los vacíos de la debilidad, y que la victoria y Ja fortuna sonríen bondadosas a los ánimos enteros y atrevidos. El choque fue, de ambas partes, empecinado y violento. El cañoneo duró algunas horas, con consecuencias, para una y otra nave contendientes, numerosas y terribles. La Rosa perdió nada menos que dos tercios de su tripulación, entre heridos y muertos; vio despedazado el bauprés, y lleno su casco de grietas y hendi– duras, por donde el agua principió a invadir bodegas y p añoles. La Piedad quedó, si no tan averiada como su contraria, imposi– bilitada en todo caso de intentar un abordaje, y hasta de empren– der una per secución activa y más de cerca, al extremo de verse obligada a dejar el campo, para recorrer se en la cos ta vecina pri– mero, y luego refugiarse y repararse cuidadosamente en Guaya– quil.
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