Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

PRIMER CONGRESO CONSTITUYENTE 441 XXI No obstante estos alardes de respeto y fidelidad a la palabra empeñada, y demás disposiciones que, sin importancia ni influjo eficaz, dictábanse a nuevos intervalos, en son de satisfacer los an– helos públicos, ningún indicio oficial denunciaba la pronta realiza– ción de las elecciones más sonadas, que eran, naturalmente, las que habían de efectuarse en Lima. Ni siquiera habíase procedido a consumar el acto primario más remoto de la elección, cual era la designación de las mesas o juntas preparatorias llamadas a recibir los sufragios en la doble votación que, para candidatos primero, y para representantes definitivos después, era indispensable practicar conforme al respectivo reglamento. El fermento público se acentuó, presidido y atizado a las cla– ras por el ambicioso Riva Agüero, que desde entonces soñaba con alcanzar la magistratura suprema, y que, soplando la hoguera de animadversión y creciente desprestigio concitada contra Montea– gudo, provocaba, para el día u ocasión menos pensados, una con– moción que diera en tierra con el hombre que ofrecíase como obs– táculo mayor y principal contra la reunión del Congreso. ¿Qué importaban la indicación de local, las proclamas y ex– hortaciones, ofertas y providencias todas de pura fórmula, si era ya notoria la imposibilidad de que esa reunión se lograse ya no sólo en el primer aniversario de la independencia, pero ni siquiera des– pués, en fecha que resultase segura, irrevocable y postrera? La confianza y la fe en las manifestaciones gubernativas acaba– ron por perderse; y protestas y murmuraciones fueron la respuesta única, así al decreto de 15 de junio, como a los más tarde expedi– dos para reponer en el ánimo popular la desvanecida ilusión de que la convocatoria tendría al fin efecto. De ahí que la nueva disposi– ción oficial dirigida a dotar de representación a los "departamen– tos no libres", fuese recibida, más que con indiferencia, con pre– vención. En primer lugar, era verdaderamente curioso consagrarse a de– terminar la forma en que habrían de estar representadas las pro– vincias ocupadas por los españoles, s iendo así que los territorios li– bres -el de la capital entre ellos, con ser, como era, el centro del po– der y de la fuerza emancipadores- no habían, hasta esos instantes, sido invitados a expresar su voluntad y a designar a sus personeros. Esto en cuanto a la oportunidad del acto; que, por lo que hacía a su significación en sí y a sus proyecciones, consideróselo una ame– naza liberticida, más bien que un homenaje a los derechos que por

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