Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
556 GERMAN LEGUIA Y MARTINEZ campos de redención de Amér ica. Desinter esado, cuando, y amena– zándoles severo con su alejamiento y su abandono, fuérzales a pro– veer lo necesario para emprender el gran salto que ha de aterrar a los esclavizadores de la patria común, en el centro de sus recursos, de su poderío y su soberbia. Desinteresado, en fin, cuando, palpan– do el yerro de haber ejercitado una supremacía personal desvirtua– dora de su eficiencia y de su des tino, se sacude de la carga y se ale– ja imponente y silencioso para jamas reaparecer ... 111 En sus renuncios, en sus exaltaciones, en su deser ción misma, trasciende este fondo de grandeza moral, que, para exculparle, debe desenterrar y palpabilizar la historia. Rebelde y hasta antipatriota en Rancagua; acaparador voluntarioso de la autoridad suprema, y furioso monarquizador en el Perú, donde manifestó desesperar de la eficacia de las instituciones democráticas -dejo funesto, impreso en su espíritu por su educación y carrera peninsulares- fue todo eso por amor y por culto, si equivocados, sinceros, a la emancipa– ción y al orden. No hay que condenarle por lo que hizo, sino por lo que dejó de hacer en pro de la causa del Nuevo Mundo; o por lo que practicó en contra de la misma; a saber: desertar de ella, abandonar– la, y abandonar juntamente el pueblo que aquí vino a independizar, en momentos en que iba a reunirse una asamblea que él mismo estimara peligrosa, y en que la inexperiencia de sus miembros o la exaltación de mandatarios que él no supo conducir y prestigiar ante– ladamente, podían traer, como trajeron, la anarquía, el desorden y el fracaso de la campaña bélica. IV Elle¡ no obstante, si el valor moral en las determinaciones ha de conceptuarse superior a ese otro valor psicofísico de los combates; si los Arístides y los Cincinato, los Decio y los Régulo significan, en la exis tencia y para la educación de los pueblos mucho más que los Temístocles y Leónidas, que los Aníbal, los César y los Alejan– dro; y si, en una palabra, la Virtud debe sobreponerse al Ge– nio, como que este último, fruto del acaso, excluye todo esfuerzo; en tanto que la primera es función exclusiva y conquista meritoria de la propia voluntad, mal puede la historia dejar de ver en San Martín al más execlente, al más puro, al más noble de los prohom– bres de Sudamérica.
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