Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

OSTRACISMO, OSCURIDAD Y SILENCIO 559 desvanecióse ante el autócrata. Con razón preguntáronle los hom– bres imparciales y conscientes, si aquel fabricante de decretos y re– glamentos, entregado a las pasiones y virulencias de su gran favo– rito, era el mismo que la fama pregonara un día, en Mendoza, como un Filipo; y en Chile, como un Cincinato. Siguió en el Perú siendo un Aníbal, pero Aníbal adormido en la risueña Capua; o quizá un Fa– bio Cunctátor, prudente, pesado, tímido, que, destrozando su cadena continua de jadeos y triunfos, se estanca en un alto desdoroso, que rasga su carrera, anula su destino, estrangula su vocación y misión providenciales, se deprime a sí mismo, y se deslustra y afea a los ojos de su propia hueste, de su tiempo y de la posteridad. Comprende, ya tarde, cuán absoluto y cuán hondo es el quebran– to de su prestigio y de su fortuna. Duda de los demás, desconfía de sí propio, desespera de sus fuerzas, pierde la fe, el vigor, la ilusión y el entusiasmo. Reniega de todo y de todos; toma el bordón de los proscritos; y, en escape furtivo, como un delincuente, como un mal– dito, flamante Belibet empujado hacia el mis terio y el acaso por fa– talidad desconocida, entrégase a las tinieblas, has ta ir, pobre y ciego, como Belisario, como Edipo, cogido de la mano de su fiel y dulce Antigona, a desfallecer y morir en playas extranjeras ... VII No hay para qué repetir lo que, sobre tal deserción, deplo– rable y semitenebrosa, se expuso ya. Si algunos incidentes Ja expli– can, ninguno es bastante fuerte y plausible para justificarla: ni si– quiera Ja absorción bolivariana. Quien en sus cartas confesaba a O'Higgins tener a Ja sazón "once mil veteranos" (1), mal podía exi– mirse de guiarlos a la palestra y a Ja gloria, sin renegar de su estre– lla, apostatar de su deber y romper con su pasado. ¿No debió acaso, con ellos, lanzarse simultáneamente sobre Canterac en el centro, y sobre el Virrey, Olañeta y Valdés en el mediodía, utilizando las do– tes tácticas del vencedor de La Florida, ya espléndidamente proba– das, tanto en la audaz campaña de reciente penetración en Ja región de Paseo, como en Ja anterior del Alto Perú? ¿No se habría así elu– dido el acudir al generalato en jefe de Alvarado, en cuyas manos, vacilantes o inexpertas, desvaneciéronse las brillantes huestes despe– didas a los puertos intermedios del sur? Ah! Si San Martín hubiese, por s í mismo, dirigido la expedición en cualquiera de aquellas zonas, (1) Paz Soldán, op. cit., vol. I , pág. 338, nota.

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