Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

560 GERMAN LEGUJA Y MART!NEZ secundado por Alvarez de Arenales en la otra, ¡cuán diferentes ha– brían sido el desenvolvimiento de los sucesos y la suerte de nuestra república! Dadas las supremas calidades de ambos jefes, sobre todo las del vencedor de Chacabuco, gran capitán, calculador, cauto, pre– vidente y valeroso como ninguno, sus dobles presencia y comando habrían sido seguras prendas de completo triunfo; y la guerra, así acabada en limitado tiempo, habría significado, con el firme asen– tamiento de la emancipación peruana y continental, la exclusión de– cisiva de Bolívar. Ya, en otra parte de esta obra, hemos manifestado ampliamente las consecuencias y ventajas de aquel dichoso vuelco, en nuestra vida y en nuestra historia ... Por culpa del Protector, desgraciadamente no fue así. ¿Será, como se ha dicho, que su potente corazón se enmolleciese, dulce– mente herido y monopolizado por la aglaofania de la Campusano, la sugestionadora e irresistible guayaquileña? La hipótesis es pueril y contraproducente, porque ese mismo apasionamiento avasallador habría sido parte a retenerle y arraigarle en nuestro suelo. . . ¿Será, como alguno de sus biógrafos asegura, que su naturaleza, desde en– tonces acometida de dolencia fatal, se desmedrase por el uso y abuso del opio, propensión indominable que sus íntimos trataron de cohíbir, sin obtenerlo? Quizá: tiene la psiquis de los super– hombres, caprichos apenas interpretables, por la evidente acción que en ella ejercitan los agentes físicos y los cambios fisiológicos!. .. VIII Sea de ello lo que fuere, contemplando las cosas como fuerorí, ;y no como pudieron o debieron ser, justo es expresar que, en la retirada y deserción de San Martín, con toda su inconveniencia y gravedad, reside siempre algo de trágico que la magnifica, algo de noble y generoso que la embellece. Estar en posesión de cuantos bienes concitan la hidrópica sed de los hombres, de cuantos hono– res y gloria arrebátanles la quietud y el sueño, de cuanto en su consecución impone a la generalidad esfuerzos y lágrimas, lucha pertinaz, pasiones, odios y sangre; y echarlo todo de sí, en un ímpe– tu de desilusión, con un gesto olímpico de saciedad y hastío, en un arranque conscie,nte, deliberado de grandeza de alma ; haciéndolo por toda una vida, sin el menor propósito de arrepentirse o re troceder, y a la manera que aquellos espíritus misantrópicos, que, r epletos de la sociedad y de sus vicios, hundíanse en los desiertos; para, como ellos, guardar silencio perdurable, sin revelar jamás la mínima pre– vención, ni formular siquiera una queja. . . a la verdad que es es-

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