Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

OSTRACISMO, OSCURIDAD Y SILENCIO 565 alardes de los otros, hemos, en esta pobre producción nuestra, na– rrado los acontecimientos desde el punto de vista peruano, que es, precisamente, y debe ser el fiel de la balanza; y pronunciado nues– tro veredicto, aprobatorio o adverso, en estricta conformidad con el hecho que debiéramos apreciar, según que él resultase bueno o ma– lo, ocasionado a vituperio o merecedor de aplauso. Y hemos, en de– finitiva, asentado que, de tener otros destrones y consejeros, quizá si su misión histórica en el Perú hubiese resultado muy diferente, y por supuesto superior a lo que fuera en realidad. Su gran pecado, para nosotros estuvo en deferir demasiado a los consejos, ideas y planes desastrosos de Monteagudo, ese con razón calificado de "an– gel malo de la revolución"; y en haber creído que en el Perú, donde, por dichosa excepción, el espíritu popular fue siempre mucho más dócil, benévolo y maleable que en cualquiera de las otras naciones de Sud-América, era necesaria una dictadura militar, férrea y sin limitación, cuyo ejercicio asaltó el patricio en mala hora, pisotean– do la voluntad del pueblo y ofreciendo a su vista un ejemplo perni– cioso de autoritarismo, en vez de educarlo en el gobierno de sí pro pio, en el civismo y en la libertad. A ello -aunque sea doloroso de– cirlo- hay que añadir la triste circunstancia que los conmilitones de San Martín, según acreditáronlo en actos elocuentísimos, vieron en el Perú, por su riqueza, un campo de explotación vergonzante, dentro del cual perdióse en ellos la pasión de la gloria, supeditada por un bajo interés. Pues bien: San Martín incurrió en el yerro de ceder a esa pasión bastarda; por más que al hacerlo, quedaran a salvo su hombría de bien, su alteza personal y desprendimiento. XI Tales lunares, con todo, desvanécense, a lo lejos, como las ru– gosidades y manchas de los altos montes en su perspectiva sobera– na y gigantea. Entretanto, la gratitud de todo un mundo ha inicia– do la apoteosis. El 13 de julio de 1862 inauguróse ruidosamente una gran estatuta en Buenos Aires. Los restos del gran libertador, en mo– mentos de desoladora aflicción para el Perú, fueron repatriados (1880) al seno amante de la nación argentina, donde, en soberbio túmulo, reposan en plena veneración, custodiados por la admiración y el afecto de propios y de extraños. En 24 de octubre de 1909, hase inaugurado un gran monumento en honor del patricio, en la mis– ma población francesa en que rindió el último suspiro; y ya está próximo el instante en que nuestra república, saldando al fin una

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