Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

48 CCRMAN LECUIA Y MARTINEZ tábanse Jos signos, santos y señas, ele. Todo, a mediados de oc– tubre, estaría preparado; y el 15 o 16 de ese mes se consumaría el movimiento. XV Pero ocurrió que, el domingo 8, cierto inusitado aparato de fuerza desplegado por las autoridades, sin causa anterior osten– sible que lo explicara satisfactoriamente, diese a comprender a los patriotas que su conspiración había s ido denunciada y descubier– ta. Grandes fueron sus apuros, juzgando perdida la labor ya prac– ticada. Por felicidad, el delator, que creía cumplir con su deber, había revelado el propósito, pero no mencionado ningún nombre ni dato que brindasen asidero a investigaciones eficaces; o - lo que es más probable- aun dando por detallada y completa la denuncia, sus peligros habían moderádose por nobleza, generoso impulso o incredulidad del gobernador Vivero (22). Con todo, aun– que el hecho de no recaer hostilidad inmediata sobre los conju– rados, demos trase en todo caso la carencia de pormenores en que tonteaban el gobernador y sus subalternos; como la denuncia bien pudiera después extenderse a detalles comprometedores, nuncios de desastre -apresuráronse los primeros a provocar una de sus alegres reuniones (la postrera)- en la cual, el mismo 8, decidie– ron adelantar el estallido (23). Seguidamente llegáronles noticias, (22) No deja de ser verosímil Ja a!irmación categórica que sobre este punto estampa el general Villamil, uno ele los protagonistas del hecho: "La revolución, dice, había sido d enunciada al gobernador; pero toda su fam;Jta era peruana y necesariamente insurgente. No procedió: no podía proceder, sin poner a sus hijos en peligro": Reseña, 10 y 11. (23) Refiere Cevallos que "hubo quienes se opusieron (a precipitar el golpe), fundándose principalmente en la absoluta falta ele noücias, no sólo de Ja expedición ele San Martín, sino aún del paradero ele Bolívar; mas que el teniente Febrcs Cordero, joven perspicaz y ele juicio recto, que sólo veía peligro en Ja tardanza, los combatió con ardor, y quedó decidido que se daría el 9 por la noche. Por su parte, refiere Villamil que fue él quien se opuso al acuerdo de precipitar la revolución, alegando que "nada se sabía de la ex· pedición de San Martín, y nada de Bolívar; que el Perú estaba contenido por 22,000 veteranos, que él [Villamil, que hacía poco había estado en Lima] acababa de ver; y Quito y Pasto, por 6,000; que, aunque el triunfo fuese completo, podría ser muy precario; y, en consecuencia, parecía más prudente, y tal vez conveniente a la misma revolución, esperar, hasta saber algo que autorizara a emprenderla con alguna probabilidad de suceso decisivo, pues

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